En Chile, miles de personas fueron torturadas, lanzadas de helicópteros vivas y forzadas a observar cómo violaban a sus familiares, o desaparecidos forzosamente, como también ocurrió en la vecina Argentina por funcionarios de brutales dictaduras militares que mantenían a los detenidos en campos de concentración.
Todo esto ocurrió con el apoyo de Henry Kissinger, el entonces secretario de Estados Unidos, que murió el miércoles a los 100 años de edad.
A medida que decenas de homenajes se rinden a su figura en el mundo para quien fuera el jefe de la diplomacia estadounidense bajo los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford, el ambiente en América Latina respecto a su legado es muy distinto. Muchos de los países de la región quedaron profundamente marcados durante la Guerra Fría por los abusos a los derechos humanos infligidos en el nombre del anticomunismo más radical, generando una profunda desconfianza en sus poderosos vecinos norteamericanos que se extiende hasta nuestros días.
“No conozco ningún otro ciudadano de Estados Unidos que sea más deplorado o poco querido en América Latina que Henry Kissinger”, relata a The Associated Press Stephen Rabe, profesor de historia retirado de la Universidad de Texas en Dallas que escribió un libro sobre la relación de Kissinger con América Latina. “La realidad es que si él hubiera regresado a Argentina, Brasil o Uruguay cuando ya había vuelto la democracia, hubiera sido arrestado inmediatamente”.
No hay ejemplo más flagrante que el de la intromisión de Kissinger en las democracias de la región y luego apoyo a la brutalidad en el nombre del anticomunismo que Chile.
En ese país, Kissinger jugó un papel central en los esfuerzos de Estados Unidos de hacer todo bajo su alcance para socavar y debilitar el gobierno del socialista Salvador Allende, incluso desde antes que fuera elegido presidente en 1970. Kissinger usó todo su poder para apoyar y apuntalar la dictadura militar del general Augusto Pinochet, que llegó al poder en 1973 en un golpe de estado, ignorando repetidamente las advertencias sobre las numerosas violaciones a los derechos humanos del régimen, que asesinó a sus oponentes políticos, canceló elecciones, censuró a los medios, suspendió la actividad de los sindicatos y disolvió partidos políticos.
Kissinger argumentó que no tenía conocimiento de las violaciones a derechos humanos que se cometían en la región, pero los documentos muestran que esto no era así, señala Peter Kornbluh, analista senior del Archivo Nacional de Seguridad de EEUU que está a cargo del proyecto sobre Chile.
“Los archivos históricos desclasificados, documentos que Kissinger escribió, leyó y de los que habló no dejan lugar a la menor duda de que era el arquitecto jefe de la política de EE.UU para desestabilizar el gobierno de Allende y que también era el máximo responsable de ayudar a consolidar el régimen de Pinochet que se transformó en una dictadura sangrienta e infame que se extendió durante 17 años”, afirma Kornbluh.
Kissinger estaba “obsesionado” con el gobierno de Allende y temía que el ascenso de un gobierno socialista por medios democráticos pudiera tener un efecto contagioso en la región y Chile pudiera convertirse en una “nueva Cuba”, relata el senador socialista José Miguel Insulza, ex secretario general de la Organización de Estados Americanos que fue consejero de política extranjera durante el gobierno de Allende.
Para él, “cualquier acción que significara defender el interés nacional de Estados Unidos le parecía justificable”, destacó Insulza, señalando que, para él, el fin justificaba siempre los medios.
El secretario de Estado de Nixon temía lo que el gobierno de Allende podría implicar en el mundo.
“En términos geopolíticos, el ascenso de una coalición de izquierdas al poder a través de una vía democrática, era para Kissinger un ejemplo incluso más peligroso que el representado por Cuba. En efecto, esto podría reproducirse en países occidentales con partidos comunistas poderosos electoralmente, como en Italia”, evalúa Rolando Álvarez profesor de historia de la Universidad de Santiago, (USACH) en Chile.
Los relatos de sufrimiento a manos de militares aparentemente no lo conmovían, a pesar de que su propia familia llegó a Estados Unidos como refugiados que huyeron de los nazis en Alemania durante su adolescencia.
“A finales de 1976, asesores del Departamento de Estado advirtieron a Kissinger, un judío, que los judíos estaban siendo atacados en Argentina”, afirma Rabe. “Kissinger no hizo nada”.
En un país vecino a Chile, Argentina, la junta militar que llegó al poder en 1976 se comprometió a combatir a los “subversivos” de izquierdas. Kissinger dejó claro que no tenía objeciones a sus tácticas brutales e ignoró repetidamente los llamados de otros funcionarios del Departamento de Estado ante la preocupación por las repetidas violaciones de derechos humanos.
En junio de 1976 Kissinger se reunió con el canciller argentino, el almirante César Augusto Guzzeti, a quien dijo,“si tiene algo que hacer, háganlo rápido”. Más tarde, en octubre de 1976, reiteró su apoyo, en un momento en que a las autoridades argentinas de ese momento les preocupaba que Estados Unidos mostrara objeciones ante el incremento de informes de torturas y desapariciones.
Guzzeti estaba muy “feliz” tras las reuniones porque “sintió que Kissinger le dio la señal de que Estados Unidos no tenía problemas con una matanza generalizada”, añade Rabe.
El Secretario de Estado tuvo una actitud similar respecto a otras dictaduras militares de la región, como las de Uruguay y Brasil, y nunca objetó el Plan Cóndor, un programa clandestino que permitía a los regímenes militares de esta zona del mundo perseguir ilegalmente, detener, torturar y asesinar a disidentes políticos que huyeron de sus países.
Esta actitud deja una huella perdurable en la mente colectiva latinoamericana.
“Por lo menos aquí en América Latina, lo que yo percibo es que la visión de Henry Kissinger es muy mala, porque es una especie de todo vale. No importa qué tan brutal sea la dictadura que haya que apoyar, no importa”, afirma Francisco Bustos, un profesor de derechos humanos y abogado de la Universidad de Chile.
Décadas después, los efectos de esta política todavía se sienten en una región que percibe que Estados Unidos irá hasta donde sea necesario para lograr sus intereses.
“Hay una parte de los partidos y movimientos políticos de América Latina y en Chile donde la relación con Estados Unidos es una relación signada por el antiimperialismo que básicamente lee cualquier administración sea demócrata o republicana, liberal o progresista o ultraconservadora como más o menos lo mismo” dice Gilberto Aranda, historiador y experto relaciones internacionales del Instituto de Estudios Internacionales en Chile.
“Para esa corriente, Kissinger es uno de sus más importantes ejemplos de la animadversión de Estados Unidos hacia la autonomía latinoamericana o más bien la voluntad de someter a la región”, añade.
Aunque hay una larga historia de la intervención de Estados Unidos en la región como “el patio trasero de América”, parece que Kissinger tomó esto con un especial ahínco.
No es sorprendente que una de las reacciones más duras a su muerte provenga entonces de una autoridad chilena.
“Ha muerto un hombre cuyo brillo histórico no consiguió jamás esconder su profunda miseria moral”, posteó en X Juan Gabriel Valdés, embajador de Chile en Estados Unidos, hijo de Gabriel Valdés, un diplomático que tuvo contacto directo el fallecido secretario de Estado.
El presidente chileno, el izquierdista Gabriel Boric, retuiteó el mensaje.