TALLIN, Estonia (AP) — Cuando Alexei Navalny cumpla 47 años el domingo, se despertará en una celda desnuda de hormigón casi sin luz natural.
No podrá ver a sus seres queridos ni hablar con ellos. Las llamadas telefónicas y las visitas están prohibidas para los que se encuentran en las celdas de “aislamiento punitivo”, un espacio de dos por tres metros (6,5 por 10 pies). Los guardias lo obligan a escuchar marchas patrióticas y discursos del presidente Vladímir Putin a un volumen ensordecedor.
“Adivinen quién es el campeón de escuchar discursos de Putin. Que los escucha durante horas y se duerme con ellos”, afirmó Navalny en uno de sus típicos mensajes sarcásticos en redes sociales enviados por medio de sus abogados desde la Colonia Penal 6 en la región de Vladímir, al este de Moscú.
Cumple una pena de nueve años que finalizará en 2030 bajo cargos considerados falsos, y enfrenta un nuevo juicio que podría mantenerlo otras dos décadas tras las barras. Se ha convocado a manifestaciones en su apoyo para el domingo en Rusia.
Navalny es el preso político más célebre de Rusia, y no sólo debido a su prominencia como el adversario político más encarnizado de Putin, su envenenamiento que atribuye al Kremlin y el hecho de ser el tema de un documental ganador de un premio Óscar.
Ha narrado su castigo arbitrario con aislamiento, situación en la que se encuentra desde hace casi seis meses. Se le brinda escasa alimentación, se limita el tiempo que puede dedicar a escribir cartas y para colmo de sufrimiento en ocasiones se le obliga a compartir la celda con un preso con malos hábitos de higiene.
La mayor parte de la atención se concentra en Navalny y otras figuras de gran repercusión como Vladímir Kara-Murza, condenado hace un mes a 25 años por traición. Pero un número creciente de presos menos famosos purgan sus penas en condiciones igualmente duras.
Memorial, la más antigua y conocida organización por los derechos humanos en Rusia, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2022, contó 558 presos políticos en el país en abril, comparado con 183 en 2018.
El gulag, el enorme sistema de campos de prisioneros de la extinta Unión Soviética, proporcionaba mano de obra presa a las industrias minera y maderera, entre otras. En la actualidad, aunque las condiciones varían de una colonia penal a otra, la ley rusa permite a los presos realizar labores, como coser uniformes militares.
Un informe del Departamento de Estado estadounidense de 2021 dice que las condiciones en las cárceles y centros de detención rusos “solían ser duras y peligrosas para la vida. La superpoblación, los abusos por parte de guardias y presos, el acceso limitado a la atención médica, la escasez de alimentos y las malas condiciones sanitarias eran comunes en prisiones, colonias penales y otras instalaciones de detención”.
Andrei Pivovarov, un destacado opositor condenado el año pasado a cuatro años de prisión, se encuentra en aislamiento desde enero en la Colonia Penal 7 en la región norteña de Karelia y es probable que permanezca allí el resto del año, dijo su pareja, Tatyana Usmanova. La institución es conocida por sus condiciones duras y las denuncias de torturas.
El exdirigente del grupo por la democracia Rusia Abierta, de 41 años, pasa sus días a solas en una pequeña celda de la unidad de “detención estricta”, donde sólo se le permiten llamadas o visitas de sus abogados, precisó Usmanova a The Associated Press. Se le permite un libro de la biblioteca de la prisión, escribir cartas durante algunas horas por día y pasar 90 minutos al aire libre.
A los demás presos se les prohíbe hacer contacto visual con Pivovarov en los pasillos, lo que acentúa su “aislamiento máximo”, acotó.
“No les bastó condenarlo a una larga pena de cárcel. Quieren arruinar su vida ahí”, denunció Usmanova.
Las autoridades bajaron a Pivovarov de un vuelo a Varsovia momentos antes del despegue en San Petersburgo en mayo de 2021 y lo trasladaron a la ciudad sureña de Krasnodar. Lo acusaron de tener relaciones con una organización “indeseable”, declarado delito en 2015.
Días antes de su arresto, Rusia Abierta se había disuelto al recibir el calificativo de “indeseable”.
Después del juicio en Krasnodar, el nativo de San Petersburgo fue condenado y sentenciado en julio, cuando la guerra rusa en Ucrania y la represión de los disidentes por el gobierno de Putin estaban en plena marcha.
En una carta desde Krasnodar en diciembre, dijo a la AP que las autoridades lo llevaron allá “para ocultarme más lejos aún” de su ciudad natal y Moscú. La entrevista fue una de las últimas que Pivovarov pudo brindar. Dijo que la vida en la cárcel era “aburrida y deprimente”, que su única distracción era una caminata de una hora en un pequeño patio. Los presos “afortunados” que tienen dinero pueden hacer compras una vez por semana durante 10 minutos en la cantina de la cárcel, pero aparte de eso deben permanecer en sus celdas, escribió.
Las cartas de sus partidarios le elevan la moral, dijo. Mucha gente que antes no se interesaban por la política le escribe, pues “sólo ahora empiezan a ver claramente”.
Las cartas llegan con semanas de atraso, dijo Usmanova.
Las condiciones no son tan duras para algunos presos políticos menos célebres como Alexei Gorinov, exconcejal municipal de Moscú. Está condenado por “difundir información falsa” sobre el ejército en julio debido a unas declaraciones antibélicas que hizo en una reunión del concejo.
Criticar la invasión era un delito desde hacía unos meses, y Gorinov, de 61 años, es el primer ruso condenado por ello, con siete años de cárcel.
Está alojado en una barraca con otros 50 presos en la Colonia Penal 2, en la región de Vladímir, dijo Gorinov en respuestas escritas a preguntas de la AP en marzo.
La larga condena para un activista escasamente conocido escandalizó a muchos, y Gorinov dijo que “las autoridades necesitaban un ejemplo que pudieran destacar, de una persona común en lugar de una figura pública”.
Los presos de su unidad pueden mirar televisión y jugar ajedrez, backgammon o tenis de mesa. Tienen una pequeña cocina donde preparar café o té entre comidas y recibir una provisión personal de alimentos.
Pero las autoridades de la prisión mantienen un “control acentuado” de la unidad, y él y otros dos presos están sometidos a inspecciones especiales cada dos horas desde que los calificaron de “dispuestos a la fuga”, aseguró Gorinov.
La atención médica es escasa, añadió.
“En este momento no me siento muy bien, ya que no termino de recuperarme de una bronquitis”, afirmó. Añadió que el invierno pasado tuvieron que enviarlo al ala hospitalaria de otra prisión para tratarlo por neumonía, porque en la Colonia Penal 2 a lo sumo pueden “curar una fiebre”.
Otra presa que padece problemas de salud es la artista y música Sasha Skochilenko, que espera juicio desde su detención en abril de 2022 en San Petersburgo bajo cargos de difundir información falsa sobre el ejército. Su delito: haber colocado papeles con consignas antibélicas sobre las etiquetas de precios en un supermercado.
Skochilenko, de 32 años, padece un defecto cardíaco congénito y enfermedad celíaca, que requiere una dieta libre de gluten. Recibe semanalmente paquetes de alimentos, pero hay un límite de peso, y no puede comer “la mitad de las cosas que le dan”, lamentó su pareja, Sophia Subbotina.
Hay una enorme diferencia entre las condiciones de detención de las mujeres y los hombres, añadió Subbotina.
“Por extraño que parezca, el personal en general es amable. En su mayoría son mujeres y son bastante amistosas, te dan indicaciones útiles y tienen una actitud muy buena hacia Sasha”, dijo Subbotina a la AP por teléfono.
“Suelen dar apoyo a Sasha, le dicen: ‘Sin duda saldrás de aquí pronto, esto es tan injusto’. Saben de nuestra relación y la aceptan. Son muy solidarias”, afirmó.
No hay propaganda política en la cárcel, y una radio transmite música bailable. En la TV se ven programas de cocina. Skochilenko “no los miraría en la vida normal, pero en la cárcel sirven para distraerse”, expresó Subbotina.
Recientemente, gestionó que un cardiólogo de afuera examinara a Skochilenko, y desde marzo se le permiten dos visitas por mes.
Subbotina se emociona al recordar la primera visita.
“Es una sensación compleja y rara cuando has vivido con una persona. Sasha y yo estamos juntas desde hace más de seis años… despiertas con ella, te duermes con ella… y de pronto no la puedes ver durante un año”, manifestó. “Estaba nerviosa cuando fui a visitarla. No sabía qué le diría a Sasha, pero finalmente todo fue muy bien”.
Con todo, agregó Subbotina, el año en la cárcel ha sido duro para Skochilenko. El juicio avanza lentamente, a diferencia de los procesos generalmente rápidos de los activistas políticos de alta repercusión, en los que hay una casi certeza de veredictos de culpabilidad.
Skochilenko podría ser condenada a 10 años de ser declarada culpable.