LIMA (AP) — El pesado telón del Gran Teatro Nacional se eleva y comienza un musical que relata el auge, caída y redención de un condenado por robo y asesinato en Lurigancho, la cárcel más poblada de Perú. Alrededor de la sala unos 100 guardias procuran que ningún actor se escape.
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Los más de 30 intérpretes de la obra “Lurigancho, el musical” son reos de esa cárcel con casi 10.000 presos. La mayoría de los integrantes de la compañía teatral —impulsada por autoridades y benefactores— están condenados por robo agravado o tráfico de drogas, pero han mostrado buena conducta por lo que desde 2023 se han presentado en tres teatros.
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Llegan y se marchan de cada función con las manos y los pies engrilletados en un autobús con ventanas diminutas por las cuales jamás podrían salir.
La función del martes en el teatro más grande de Perú fue única y gratuita. En la zona preferencial de la taquilla se ubicaron los funcionarios penitenciarios, mientras que en las plateas elevadas estaban los familiares de los reos.
Detrás del escenario Julián Izquierdo, de 54 años y preso por tercera vez por robo agravado, vestía una camisa blanca con mangas largas que ocultaban uno de sus brazos marcado por profundas cicatrices. “Es nacer otra vez”, dijo mientras recordaba que en libertad fue un cantante de salsa a quien la adicción a las drogas lo arrastró al crimen.
Izquierdo interpreta a Omar Negrón, el protagonista de la obra, condenado a más de 28 años por matar a un policía durante un asalto.
Según la ficción Negrón se convierte en el jefe de un pabellón carcelario luego de “dar un batacazo”, es decir, en palabras de Izquierdo, de "dar un golpe de Estado" a su antecesor apoyado por las armas. Pero tras la muerte de su esposa se deprime y se refugia en las drogas.
Sus dos hijos casi no lo conocen porque él, para evitar futuras venganzas, jamás permitió que lo visiten. Negrón sufre su propio "batacazo", es despojado del poder y se convierte casi en un mendigo. Al final de la obra abandona las drogas, se gradúa de abogado en la cárcel y recupera la libertad.
“Igual que el personaje de la obra me quedé sin familia”, dijo Izquierdo, cuya esposa murió luego de que fue encarcelado. "La vida en prisión es diferente, siempre y cuando uno quiera vivir diferente” es la enseñanza más importante, indicó acomodándose unos anteojos a medida que siempre usó en libertad cuando cantaba los éxitos Héctor Lavoe, Cano Estremera o la orquesta La Terrífica.
En sus dos primeros ingresos a prisión comía, dormía y se drogaba, recordó. La tercera vez, en 2020, dejó los vicios y descubrió el teatro. Cree que saldrá distinto en 2036, a los 66 años. Cuando la tentación de las drogas regresa, camina por lugares de la prisión donde "la gente está en cosas malas” y se reprende a sí mismo: “¡Ya sabes cómo vas a quedar si lo haces! ¡Ya sabes cómo te vas a poner!”.
El argumento del musical y algunas canciones con ritmo de salsa, rock y hip hop fueron escritos en 2020 por un preso llamado Edgar Paz que ya cumplió su condena. Otras por Izquierdo, incluido “El Rufo”, que es la forma coloquial de referirse al recluso de la más baja condición.
En los camerinos —en medio de pistolas de fantasía, cuchillos de madera y objetos que ayudan a representar la obra— los presos se miran al espejo, se arreglan el cabello y conversan mirando con disimulo a los guardias penitenciarios que custodian las cuatro salidas del teatro.
A Ámbar Pacaya y Aldana Earl, dos transexuales que actúan de amigas y luego de familiares de Negrón, el teatro les ha dado una nueva perspectiva. “He empezado a crecer, a tomar conciencia de todo", dijo Pacaya, de 39 años, sentenciada por trata de personas. “Puedo sobrellevar las cosas”, añadió Earl, de 28 y condenada por robo agravado.
El director teatral Yashim Bahamonde es un guionista que trabaja temas penitenciarios desde hace más de 20 años. “La obra viene con un mensaje contundente sobre la transformación a través del arte”, dijo Bahamonde, quien también dirige la asociación Segunda Función integrada por exreclusos que actúan en barrios vulnerables contando historias donde el crimen siempre acaba mal.
Junto a la compañía de teatro también se subieron al escenario un coro llegado desde la única prisión de mujeres de Lima y una orquesta carcelaria que en conjunto ejecutaron la banda sonora. “Salir así sea unas horitas es maravilloso”, dijo Leyla Flores, de 26 años y condenada a 15 años por un delito “un poquito fuerte” que no quiso especificar. Cuando llega el regreso “se acaba la magia, vuelves a la realidad”, añadió.
Los presos ensayaron durante meses en un patio de la hacinada cárcel Lurigancho, ubicada junto a una colina desértica de Lima. En las 69 prisiones peruanas habitan 98.127 reos pese a que su capacidad es de 41.556, una superpoblación de 136%. El gobierno declaró el martes en emergencia al sistema penitenciario porque rebasó su capacidad de albergue, lo que dificulta la resocialización de los condenados.
En las cáceles peruanas se dictan talleres de música y teatro y oficios variados: mecánico, carpintero, talabartero, ceramista, panadero. “A pesar del hacinamiento 17.000 (presos) estudian”, dijo Javier Llaque, jefe de la agencia penitenciaria.