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El oficio de las cholitas escaladoras de Bolivia se derrite al ritmo del deshielo de los glaciares

Suibel Gonzales, izquierda, y su madre Lidia Huayllas, mujeres indígenas aymaras que se ganan la vida como guías de montaña, caminan sobre el glaciar Huayna Potosí en las afueras de El Alto, Bolivia, el domingo 5 de noviembre de 2023. Cuando empezaron AP (Juan Karita/AP)

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EL ALTO, Bolivia (AP) — Antes se oía crujir el hielo, hoy se escucha el agua derretida abrirse paso unos metros más abajo.

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Bajo coloridas faldas, los pies de las cholitas escaladoras de Bolivia enfundados en crampones tantean si pueden clavarse en nieve cuajada o si ya solo queda roca. El acelerado retroceso de los glaciares está amenazando su tradicional oficio y su fuente turística de ingresos.

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Este grupo de 20 mujeres aymaras se dedica desde hace ocho años a subir montañas con su vestimenta típica indígena como guías para los turistas que quieren tachar de su lista de logros haber ascendido a un glaciar. Antes eran las cocineras de ese tipo de expediciones.

Se hicieron muy reconocidas por su aporte al deporte y a la cultura. “Este tipo de escaladoras solo hay en Bolivia”, presume Carlos Mamani, expresidente de la Asociación Andina de Promotores de Aventura y Montaña.

Pero en el futuro, no saben qué va a pasar.

Lidia Huayllas, una de ellas, asegura que ha visto encogerse poco a poco desde hace 20 años el nevado del Huayna Potosí, que está a unos 6.000 metros sobre el nivel del mar en la cordillera de los Andes. El problema, cuenta resignada, es que el deterioro se ha acelerado.

Sobre todo en las partes más bajas del glaciar. Ahora hay que remontar más arriba en la montaña para dar con el hielo. Y eso reduce el número de excursiones turísticas que garantizaban a las cholitas bolivianas un ingreso para sostener a sus familias.

“Antes había un manto blanco y ahora solo hay roca. El deshielo se nota mucho. Antes pasábamos normal, ahora por donde están las rocas, está rebalsando el agua”, señaló a The Associated Press la mujer de 57 años, mientras saltaba de piedra en piedra para evitar mojarse la larga falda y los pies.

Una de las cimas del enjambre de montañas que rodea al Huayna Potosí es la del Glaciar Viejo, uno de los destinos favoritos para los turistas por ser de fácil acceso, hasta donde Huayllas y su hija Suibel Gonzáles, de 37 años, guiaron a The Associated Press. Llega a unos 5.100 metros sobre el nivel del mar y es la parte más afectada del derretimiento.

El glaciólogo Edson Ramírez, de la universidad Pierre y Marie Curie, de Francia, explica lo que está pasando y confirma el mal presagio. Los glaciares que están por debajo de los 5.000 metros sobre el nivel del mar son los que tienen mayor riesgo de desaparecer. Más arriba de esa altura, el frío aún sostiene el bloque helado.

Pero por debajo, el hielo es un pedazo que languidece bajo el fuerte sol del mediodía de los Andes.

“Ya perdimos el Chacaltaya, donde había una pista esquí”, recordó el también profesor universitario de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz. Esa montaña está a unos 5.400 metros y ahora los guías turísticos solo ofrecen caminatas o paseos en bicicleta porque ya no hay hielo.

Según Ramírez, en los últimos 30 años los glaciares bolivianos han perdido un 40% del espesor debido al cambio climático. Además, han retrocedido de 20 a 25 metros lineales, es decir, se han desvanecido en las partes más bajas de la montaña.

Esto se debe a que el aumento de las temperaturas en el planeta tiene un doble efecto para los glaciares. Por un lado, acelera el derretimiento y, por otro, exacerba eventos climatológicos como las sequías y el caluroso fenómeno de El Niño, que ya ha dejado una notoria cicatriz de incendios en el país con la calcinación de más de dos millones de hectáreas.

Es como un efecto invernadero, perfila Carlos Olmos, investigador de los glaciares que estudió en la Universidad de Montpellier 2 de Francia y es docente de la Universidad Católica Boliviana. Deja inundaciones en las partes bajas del país y sequías en lo alto de la montaña, lo que también impide a los glaciares regenerarse por falta de humedad.

“De continuar así nos vamos a tener que dedicar al comercio u otra cosa”, sentencia Huayllas, aunque rápidamente se revuelve ante su propio pensamiento pesimista: “Pero no. Ésta es nuestra fuente trabajo”.

Pes a que es reacia a contar cuánto saca al mes gracias a los turistas, reconoce que una guía cholita gana ahora unos 30 dólares por cada excursión —no por visitante— que lleva a la cima de Huayna Potosí. Antes eran 50 dólares. Por ese paquete cobran 120 dólares a cada turista, antes 200, ya que se debe hacer noche y proporcionar todo el equipo. Pero si los viajeros van solo al Glaciar Viejo, el costo es de 32 dólares y las ganancias de las cholitas, menores.

Hoy, se lamenta Huayllas, hay que tener suerte para conseguir formar un grupo grande.

En la temporada alta del año pasado, se anotaron 50 viajes con un total de unos 250 turistas. Este mayo, junio y julio —que es la mejor época para conocer los glaciares— se redujeron a 40 excursiones pero hubo más peticiones de guías privadas, para dos personas, lo que redujo el cupo a apenas 90 visitantes.

Y lo mismo en la temporada baja de 2022 comparada con la de 2023, que aún no acaba. Desde septiembre a diciembre del año pasado, llegaron a tener 30 viajes, pero este año hasta inicios de noviembre iban solo por 16.

Para las 20 cholitas, esas cifras a la baja son suficientemente malas como para que hayan buscado otros trabajos con los que completar el mes. Según Huayllas, algunas se apoyan elaborando y vendiendo mantas y abrigos con lana de alpaca de los Andes.

Y en el caso de Ana Lía Gonzáles, escaladora indígena de 38 años, el horizonte se ve peor. Teme por su negocio, ya que los turistas que antes se alojaban en su campamento ahora solo están de paso “y buscan pasear por ahí”.

Y muchos, incluso, ya pasan de largo.

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