Hace tres décadas, el mundo contuvo la respiración cuando tanques irrumpieron en el edificio del Parlamento ruso en el centro de Moscú, al movilizarse el Kremlin para expulsar a legisladores rebeldes en una crisis que moldeó la historia postsoviética del país.
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Si bien Rusia logró eludir por escaso margen lo que muchos temían podría convertirse en una guerra civil, los violentos enfrentamientos del 3 y el 4 de octubre de 1993 supusieron un punto de inflexión. Derivaron en la creación de un sistema gubernamental vertical, corto en frenos y contrapesos, que años más tarde le permitió a Vladímir Putin establecer un estricto control sobre el país y convertirse en el gobernante que más tiempo ha estado en el Kremlin desde el dictador soviético Josef Stalin.
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La respuesta aplastante a la rebelión parlamentaria contra el entonces presidente Borís Yeltsin fue ampliamente considerada un mal menor, comparada con la posible victoria de las fuerzas nacionalistas y comunistas que la apoyaron.
No obstante, muchos observadores dijeron que el empleo de la fuerza militar para ponerle fin a la crisis le propinó un duro golpe a la naciente democracia rusa y fortaleció las tendencias autoritarias en su política, lo que resultó en los poderes sin restricción de Putin que utilizó para enviar soldados a Ucrania.
Tras aplastar el motín, Yeltsin inició la adopción de una nueva Constitución, que le concedía amplios poderes a la presidencia y dejaba al Parlamento con poca autoridad.
La política rusa siguió siendo turbulenta durante toda la década de 1990, en la que los enemigos de Yeltsin desafiaban su poder constantemente. Desde que Putin llegó a la presidencia en 2000, ha utilizado el marco legal creado en el gobierno de su predecesor para endurecer metódicamente el control sobre el país y, a la larga, desatar una represión implacable sobre la disidencia.
En 2020, Putin convocó a un plebiscito constitucional que reinició el reloj de su mandato, gracias a lo cual podría gobernar otros dos periodos de seis años y permanecer en el puesto hasta 2036.
Después de años de reprimir a la oposición, Putin enfrentó pocos desafíos a su autoridad hasta la rebelión frustrada del jefe de mercenarios Yevgeny Prigozhin en junio. Si bien ese motín hizo mella en su poder y socavó su autoridad en medio de los combates en Ucrania, el accidente aéreo en agosto de 2023 en el que murieron Prigozhin y sus principales lugartenientes le envió un mensaje escalofriante a cualquiera que se atreva a desafiar a Putin.
“Tras la insurrección abundaban las sospechas, por lo que la élite rusa se vio obligada a redoblar sus intentos por demostrar lealtad a Putin”, dijo Andrei Kolesnikov, investigador sénior del Centro para Rusia y Eurasia de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.
El público tiene miedo y está intimidado tras años de amplias medidas del Kremlin para abolir la disidencia, agregó.
“Cualquier manifestación callejera anti-Putin sería sofocada en segundos por el Estado policial actual”, dijo Kolesnikov en un comentario reciente.
Esta semana se le preguntó al vocero del Kremlin, Dmitry Peskov, si es posible que se repitan los sucesos de 1993 en la Rusia de hoy, y lo descartó, diciendo que el país “ha dejado las épocas oscuras en el pasado y aprendido sus lecciones”.
“El nivel de la consolidación de nuestra patria es una garantía para que no se repitan situaciones de esa índole”, añadió Peskov.
Yeltsin se mudó al Kremlin después de que la URSS se desintegró en 1991, luego de un intento fallido de miembros radicales del liderazgo soviético para destituir al presidente Mijaíl Gorbachov y revertir sus reformas.
Los enfrentamientos violentos de octubre de 1993 entre fuerzas gubernamentales y simpatizantes del Parlamento rebelde fueron la culminación de una confrontación de años entre Yeltsin y legisladores radicales que se oponían a sus reformas de libre mercado, caóticas y dolorosas. El vicepresidente de Yeltsin, Alexander Rutskoi, tomó partido con los legisladores rebeldes.
A medida que las tensiones se incrementaban enormemente, Yeltsin ordenó que el Parlamento se desintegrara, un acto que la Corte Constitucional rusa declaró ilegal. Los intentos por negociar un acuerdo fracasaron y la crisis se tornó violenta el 3 de octubre, cuando manifestantes que respaldaban al Parlamento se enfrentaron con la policía, allanaron la alcaldía e hicieron un intento fallido por apoderarse del centro de la televisora estatal.
Viktor Alksnis, un militar retirado que apoyó la rebelión, afirmó en un podcast reciente que ese día “el poder estaba tirado en el piso”, y los simpatizantes del Parlamento pudieron haber ganado si sus líderes hubieran mostrado más voluntad y determinación.
Al día siguiente, Yeltsin ordenó que intervinieran las fuerzas armadas, las cuales recurrieron a tanques para atacar el edificio del Parlamento, generando un incendio en una ofensiva que se transmitió en vivo por televisión en todo el mundo. Las autoridades dijeron que 123 personas perdieron la vida en los enfrentamientos, mientras que cálculos no oficiales ponen la cifra de muertos en cientos.
Grigory Yavlinsky, un político veterano que desafió a Yeltsin y más tarde se opuso a Putin, describió los sucesos de 1993 como un momento clave que decidió la historia postsoviética de Rusia. Argumentó que, si bien entre los defensores del Parlamento había radicales que desataron los hechos de violencia que a su vez hicieron inevitable el uso de la fuerza, la crisis y la transición subsecuente a la nueva Constitución pusieron al país en el camino equivocado.
“El resultado es… el sistema que ha llevado a Rusia a donde ahora está”, dijo en un comentario reciente.