SAN LUIS, Missouri, EE.UU. (AP) — El bombero y paramédico Mike Camilleri solía no tener ningún problema para transportar las pesadas escaleras del equipo. Ahora padece COVID largo, y se sube cautelosamente a una caminadora para ver qué tal se desempeña su corazón en una simple caminata.
“Esta no es una especie de prueba para tipos super fuertes, así que no finja”, le advirtió Beth Hughes, terapista física de la Universidad Washington en San Luis.
De alguna forma, un caso moderado de COVID-19 desató una reacción en cadena que a la larga dejó a Camilleri con peligrosos picos en su presión arterial, un ritmo cardiaco que se aceleraba al menor esfuerzo, y episodios de dolor intenso en el pecho.
Está lejos de ser el único. La magnitud de los estragos que el COVID-19 ha causado en la salud cardiaca de los estadounidenses apenas está empezando a aflorar, años después de que comenzó la pandemia.
“Estamos viendo efectos sobre el corazón y el sistema vascular que realmente superan en número, desafortunadamente, a los efectos sobre otros sistemas de órganos”, dijo la doctora Susan Cheng, cardióloga del Centro Médico Cedars-Sinai en Los Ángeles.
No es sólo un problema para los pacientes con COVID largo como Camilleri. Hasta por un año después de haberse contagiado de COVID-19, las personas podrían correr mayor riesgo de desarrollar un nuevo problema relacionado con el corazón, lo cual puede ir desde coágulos y arritmias hasta un infarto, incluso si en un principio parecen haberse recuperado bien.
Entre los puntos que se desconocen están: ¿quiénes son los más propensos a padecer estas secuelas? ¿Son reversibles, o una señal de advertencia de mayores problemas cardiacos posteriormente en la vida?
“Estamos a punto de salir de esta pandemia como una nación aún más enferma” debido a problemas cardiacos relacionados con el virus, dijo el doctor Ziyad Al Aly de la Universidad Washington, que ayudó a hacer sonar la alarma sobre problemas de salud persistentes relacionados con el COVID-19. Las consecuencias, añadió, “probablemente repercutirán por generaciones”.
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Desde hace mucho tiempo, las enfermedades del corazón han sido la principal causa de fallecimientos en la nación y el mundo. Pero en Estados Unidos, las muertes relacionadas con el corazón habían descendido a niveles récord en 2019, justo antes de que azotara la pandemia.
El COVID-19 borró una década de esos avances, señaló Cheng.
Las muertes por ataques al corazón aumentaron durante cada uno de los repuntes del coronavirus. Peor aún, se supone que los jóvenes no sufren infartos cardiacos, pero la investigación de Cheng documentó un incremento de casi el 30% en muertes por ataques al corazón en personas de entre 25 y 44 años en los primeros dos años de la pandemia.
El siguiente es un indicio inquietante de que los problemas podrían continuar: la hipertensión es uno de los mayores riesgos para las enfermedades cardiacas, y “de hecho, la presión arterial de la gente se ha incrementado considerablemente durante el transcurso de la pandemia”, agregó.
Los síntomas cardiovasculares forman parte de lo que se conoce como COVID largo, un término general que abarca decenas de problemas de salud, los cuales incluyen fatiga y confusión mental. Los Institutos Nacionales de Salud están iniciando estudios pequeños de algunos posibles tratamientos para ciertos síntomas de COVID largo, incluido un problema en el ritmo cardiaco.
Pero Cheng dijo que tanto los pacientes como los doctores necesitan saber que, en ocasiones, los problemas cardiovasculares son el primero o el principal síntoma del daño que dejó el coronavirus.
“Estos son individuos que no necesariamente acudirían con su médico y dirían: ‘Tengo COVID largo’”, señaló.
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En San Luis, Camilleri primero desarrolló dificultad para respirar y luego una serie de síntomas relacionados con el corazón y de otro tipo tras contagiarse de COVID-19 a fines de 2020. Intentó distintos tratamientos con varios doctores sin que hubiera una mejoría, hasta que fue a dar a la clínica de COVID largo de la Universidad Washington.
“Por fin, un giro en la dirección correcta”, dijo Camilleri, de 43 años.
Allí consultó a la doctora Amanda Verma debido a problemas que empeoraban con su presión arterial y su frecuencia cardiaca. Verma forma parte de un equipo de cardiología que estudió a un pequeño grupo de pacientes con síntomas cardiacos desconcertantes como los de Camilleri, y hallaron que anormalidades en el flujo de la sangre podrían ser parte del problema.
¿Cómo ocurre eso? El flujo sanguíneo se incrementa cuando las personas se mueven y disminuye durante el descanso. Pero a algunos pacientes con COVID largo no les disminuye lo suficiente durante el descanso porque el sistema de respuesta de “lucha o huida”, que controla las reacciones frente al estrés, permanece activado, señaló Verma.
Algunos también tienen problemas con el recubrimiento de sus vasos sanguíneos pequeños, que no se dilatan y constriñen adecuadamente para mover la sangre, agregó.
Con la esperanza de que eso ayudara a explicar algunos de los síntomas de Camilleri, Verma le recetó algunas medicinas para el corazón que dilatan los vasos sanguíneos y otras para apaciguar esa respuesta de “lucha o huida”.
De vuelta en el gimnasio, Hughes, una terapista física que trabaja con pacientes que padecen COVID largo, presentó un cuidadoso plan de rehabilitación después de que la prueba en la caminadora reveló picos erráticos en el ritmo cardiaco de Camilleri.
“Serían peores si usted no estuviera tomando las medicinas de la doctora Verma”, dijo Hughes, mostrándole a Camilleri ejercicios a realizar mientras él yacía en el suelo y le monitoreaban el pulso. “Necesitamos reconfigurar su sistema” para normalizar esa respuesta de “lucha o huida”, añadió.
Camilleri dijo que se percató de cierta mejoría después de que Verma hizo algunas modificaciones en las recetas con base en los resultados de las pruebas. Pero luego un segundo contagio de COVID-19 en la primavera le generó aún más problemas de salud, una discapacidad que lo obligó a jubilarse.
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¿Qué tan grande es el riesgo de padecer problemas del corazón luego de contagiarse de COVID? Para averiguarlo, Al Aly analizó registros médicos de una enorme base de datos de la Administración de la Salud de los Veteranos. Las personas que habían sobrevivido al COVID-19 en las primeras etapas de la pandemia tenían más probabilidades de experimentar arritmias, coágulos, dolor en el pecho y palpitaciones, e incluso ataques al corazón y derrames cerebrales, hasta un año después en comparación con las que no se habían infectado. Eso incluye incluso a personas de mediana edad que no habían presentado señales previas de enfermedad cardiaca.
Con base en esos hallazgos, Al Aly calculó que 4 de cada 100 personas requieren atención por algún tipo de síntoma relacionado con el corazón en el año posterior a que se recuperaron del COVID-19.
Por persona, ese es un riesgo menor. Pero dijo que la mera enormidad de la pandemia significa que millones de personas quedaron con al menos algún síntoma cardiovascular. Aunque una reinfección todavía podría provocar problemas, ahora Al Aly está estudiando si el riesgo general disminuyó gracias a las vacunas y a que surgieron cepas más moderadas del coronavirus.
Investigaciones más recientes confirman la necesidad de comprender y atender mejor estas secuelas cardiacas. Un análisis esta primavera de una amplia base de datos de aseguradoras de Estados Unidos halló que era dos veces más probable que los pacientes con COVID largo buscaran atención médica por problemas cardiovasculares, incluidos coágulos, arritmias o derrames cerebrales en el año posterior a la infección, en comparación con pacientes similares que no se contagiaron de COVID-19.
El que haya un vínculo con daños al corazón posterior al contagio no es tan sorprendente, hizo notar Verma. Mencionó la fiebre reumática, una reacción inflamatoria a la faringitis estreptocócica no atendida —especialmente antes de que el uso de antibióticos fuese algo común_, la cual genera cicatrices en las válvulas cardiacas.
“¿Esto va a convertirse en la próxima enfermedad reumática del corazón? No lo sabemos”, señaló.
Pero Al Aly dice que hay un simple mensaje con el cual quedarse: uno no puede modificar su historia de infecciones de COVID-19, pero si ha hecho caso omiso de otros riesgos para el corazón —como el colesterol o la presión arterial elevados, la diabetes mal cuidada o el fumar— ahora es el momento de cambiar eso.
“Estas son las cosas sobre las cuales podemos hacer algo. Y creo que son más importantes ahora de lo que lo eran en 2019”, manifestó.
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