JUNEAU, Alaska, EE.UU. (AP) — Miles de turistas llenan cada día un paseo marítimo en la capital de Alaska, desembarcando de los cruceros que se alzan sobre el centro urbano. Los vendedores ofrecen rutas por la costa e hileras de autobuses esperan para llevar a los visitantes, muchos de ellos hacia la estrella de la zona: el glaciar Mendenhall.
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Los visitantes se abaten sobre el glaciar, una irregular masa de azul, blanco y azul, ya sea desde helicópteros que lo sobrevuelan o desde el suelo en kayak, canoas o a pie. Llega tanta gente para ver el glaciar y otras maravillas de Juneau que la principal preocupación de la ciudad es cómo gestionarlos a todos, dadas las previsiones de cifras récord este año. Algunos vecinos huyen a lugares más tranquilos en verano, y un acuerdo entre la ciudad y la industria de cruceros limitará el número de barcos para el año que viene.
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Pero el cambio climático está derritiendo el glaciar Mendenhall. Retrocede tan deprisa que para 2050 ya no será visible desde el centro de visitantes que antes se alzaba ante él.
Eso ha planteado otra pregunta que la ciudad apenas empieza a considerar: ¿qué ocurrirá entonces?
“Debemos pensar en nuestro glaciar y la capacidad de ver glaciares conforme retroceden”, señaló Alexandra Pierce, gerente de turismo de la ciudad. “La gente llega a Alaska para ver lo que consideran un entorno prístino y es nuestra responsabilidad preservarlo para residentes y visitantes”.
El glaciar desciende de los terrenos rocosos entre montañas hasta un lago salpicado de icebergs. Su frente se retiró el equivalente a ocho campos de fútbol entre 2007 y 2021, según estimaciones de investigadores de la Universidad de Alaska Sureste. Hay marcadores que registran la evolución del glaciar y muestran hasta donde llegaba el hielo. Desde entonces, la vegetación ha ocupado el espacio.
Aunque se han desprendido enormes pedazos de hielo, la mayoría de la pérdida de hielo deriva del deshielo por una subida de las temperaturas, explicó Eran Hood, profesor de ciencias ambientales de la Universidad de Alaska Sureste. El Mendenhall se ha retirado en gran parte desde el lago que lleva su nombre.
Los científicos intentan comprender qué supondrán esos cambios para el ecosistema, como el hábitat del salmón.
También hay incertidumbre para el turismo.
La mayoría de la gente disfruta de la vista del glaciar desde caminos desde el otro lado del Lago Mendenhall, cerca del centro de visitantes. Las cavernas de deslumbrante color azul que atraían multitudes hace unos años se han derrumbado, y ahora hay pozas de agua donde antes se podía caminar desde las rocas hasta el hielo.
Manoj Pillai, trabajador indio de un crucero, tomó fotos desde un popular mirador en un día libre que tuvo hace poco.
“Si el glaciar es tan hermoso ahora, ¿cómo sería hace 10 o 20 años? Apenas puedo imaginarlo”, comentó.
Las autoridades del Bosque Nacional Tongass, donde se encuentra la Zona Recreativa del Glaciar Mendenhall, se preparan para recibir más visitantes durante los próximos 30 años al tiempo que miran a un futuro en el que el glaciar deje de ser tan fácil de ver.
La agencia propone nuevas rutas a pie y zonas de estacionamiento, así como un centro adicional de visitantes, cabañas de uso público y una zona de acampada junto al lago. Los investigadores no esperan que el glaciar desaparezca por completo al menos en el próximo siglo.
“Hemos hablado de si merece la pena la inversión en instalaciones si el glaciar desaparece de la vista”, dijo Tristan Fluharty, responsable de los guardias forestales del distrito de Juneau. “¿Tendrá el mismo volumen de visitas?”.
Una enorme cascada que es un lugar popular para selfis, la pesca del salmón, los osos negros y las rutas a pie podrían seguir atrayendo turistas cuando el glaciar no sea visible desde el centro de visitantes, aunque “el glaciar es la gran atracción”, admitió.
Este año se esperan unos 700.000 turistas, y en torno a un millón para 2050.
La experiencia de otros lugares ofrece mensajes de advertencia. La afluencia anual al Centro de Visitantes de Begich, Boggs, al sureste de Anchorage, alanzó su récord de unas 400.000 personas en la década de 1990, con el glaciar Portage como gran incentivo. Pero ahora, en los días despejados apenas se ve una línea del glaciar desde el centro, al que acudieron unas 30.000 personas el año pasado, señaló Brandon Raile, vocero del Bosque Nacional de Chugach, que gestiona el lugar. Las autoridades están hablando sobre el futuro de las instalaciones, dijo.
“¿Qué hacemos con el Centro de Visitantes de Begich, Boggs?”, preguntó Raile. “¿Cómo lo mantenemos relevante cuando el motivo original para ponerlo aquí ya no es relevante?”.
En el Mendenhall, los guardias hablan a los visitantes sobre el cambio climático. Intentan “inspirar asombro y sobrecogimiento, pero también esperanza y acción”, dijo Laura Buchheit, número dos de los guardias forestales del distrito de Juneau.
Tras las temporadas turísticas frustradas por la pandemia, este año se esperan unos 1,6 millones de pasajeros de cruceros en una temporada entre abril y octubre.
La ciudad, situada en un bosque pluvial, es una parada en lo que suelen ser cruceros de una semana por Alaska que comienzan en Seattle o en Vancouver, en la Columbia Británica. Los turistas pueden salir de los muelles y estar en la ladera de la montaña en cuestión de minutos gracias a un popular tranvía, ver águilas calvas posadas en las farolas y disfrutar de la dinámica comunidad artística indígena de Alaska.
En los días más bulliciosos desembarcan 20.000 personas, equivalente a dos tercios de la población de la ciudad.
Las autoridades de la ciudad y las grandes compañías de cruceros acordaron un límite diario de cinco barcos para el año que viene. Pero los críticos temen que eso no reduzca la congestión si los barcos son cada vez más grandes. Algunos vecinos querrían tener un día a la semana sin barcos. Este año han llegado a coincidir siete barcos en un día.
Juneau Tours and Whale Watch es una de las dos docenas de empresas autorizadas para ofrecer servicios como transportes o visitas guiadas al glaciar. Serene Hutchinson, directora general de la firma, señaló que la demanda ha sido tan alta que estaba cerca de cubrir su cupo a mitad de temporada. Los servicios de lanzadera al glaciar tuvieron que suspenderse, pero su negocio aún ofrece visitas limitadas que incluyen el glaciar, indicó.
Otros operadores de autobús están alcanzando su cupo y los responsables de turismo instan a los visitantes a ver otros lugares o llegar al glaciar de otra forma.
Los límites a las visitas pueden beneficiar a las empresas turísticas al mejorar la experiencia en lugar de que los turistas se vean “hacinados” en el glaciar, indicó Hutchinson, a quien no le preocupa que Juneau pierda su lustre conforme retrocede el glaciar.
“Alaska hace el trabajo por nosotros, ¿no?", dijo. “Todo lo que tenemos que hacer es quitarnos de medio y dejar que la gente mire y huela y respire”.
Pierce, gerente de turismo de Juneau, dijo que la conversación sobre cómo se vería una industria sostenible en el sureste de Alaska apenas ha comenzado.
En Sitka, donde hay un volcán dormido, el número de pasajeros de crucero superó en un día de este verano a la población local de 8.400, lo que abrumó negocios, ralentizó la conexión a internet e hizo que las autoridades se preguntaran cuánto turismo es demasiado.
Juneau tiene previsto realizar un estudio que podría orientar el crecimiento en el futuro, por ejemplo construyendo rutas a pie para las empresas turísticas.
Kerry Kirkpatrick, que vive en Juneau desde hace casi 30 años, recuerda cuando el frente del Mendenhall estaba “al otro lado del agua y se alzaba sobre nuestras cabezas”. Ella describió el glaciar como un tesoro nacional por su accesibilidad y señaló la ironía de los helicópteros y cruceros, vehículos que emiten dióxido de carbono, llevando a la gente hasta un glaciar que se derrite. Ella teme que el nivel actual de turismo no sea sostenible.
Conforme el Mendenhall retrocede, plantas y animales necesitarán un tiempo para ajustarse, dijo.
Los humanos también.
“Hay demasiada gente en el planeta que quiere hacer las mismas cosas”, dijo Kirkpatrick. "Una no quiere ser la persona que cierra la puerta y dice, ‘Soy la última y usted no puede venir'. Pero sí tenemos la capacidad de decir ‘No, más no’".