John Simon III era un bebé hambriento, un infante “rechoncho” y un niño pequeño regordete, recuerda su madre. Pero a los 14 años, su peso se había disparado a 195 kilogramos (430 libras) y la suya era una condición médica potencialmente letal.
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Nueve meses después de una cirugía para bajar de peso que extirpó una parte de su estómago, John ha perdido alrededor de 68 kilogramos (150 libras), lo que mejoró su salud y sus esperanzas para el futuro.
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“Fue como un inicio completamente nuevo”, expresó John, quien comenzará la escuela secundaria en California este otoño.
En Minnesota, Edward Kent fue diagnosticado con esteatosis hepática o enfermedad de hígado graso. El estudiante de segundo año de secundaria de 1.82 m (6 pies) y 136 kilogramos (300 libras) comenzó a tomar Wegovy, un medicamento contra la obesidad, en enero —apenas un mes después de que los reguladores federales lo aprobaran para niños a partir de los 12 años—, y ha perdido 18 kilogramos (40 libras).
“Es un problema fuerte y lo afectará por el resto de su vida”, expresó su madre, la doctora Barbara Van Eeckhout, obstetra y ginecóloga. “Se trata de su salud”.
John y Edward forman parte de un pequeño —pero creciente— grupo de adolescentes jóvenes que recurren a tratamientos drásticos para perder peso en grandes cantidades, como cirugías de modificación del cuerpo y medicamentos nuevos que alteran el metabolismo. Los críticos piden precaución al intervenir a edades tan tempranas, pero los niños y sus padres dicen que las medidas intensas —y a menudo costosas— son opciones necesarias después de años de dietas y programas de ejercicio ineficaces.
“John lo ha intentado con todas sus fuerzas”, cuenta su madre, Karen Tillman, una contadora de 46 años. “No es porque no lo intentara. Cada vez se volvía más difícil”.
El 80% de los adolescentes con exceso de peso lo arrastran hasta la edad adulta, con consecuencias potencialmente nefastas para su salud y longevidad. La obesidad fue clasificada por primera vez como una enfermedad crónica compleja hace una década por la American Medical Association (Asociación Médica Estadounidense), pero los tratamientos significativos se han retrasado mucho, alega Aaron Kelly, codirector del Center for Pediatric Obesity Medicine (Centro de Medicina de Obesidad Pediátrica) de la Universidad de Minnesota.
“Es una enfermedad impulsada biológicamente. No es una enfermedad del comportamiento”, recalca Kelly. “Tenemos que tratarla temprano. No esperes hasta después en la vida porque es demasiado tarde”.
En enero, la American Academy of Pediatrics (Academia Estadounidense de Pediatría, o AAP por sus siglas en inglés) emitió lineamientos que requieren sopesar medicamentos contra la obesidad para niños desde los 12 años y cirugía para niños desde los 13 años. Las recomendaciones desataron controversia de inmediato.
El grupo de defensa Mental Health America (Salud Mental de Estados Unidos) las calificó de “peligrosas” y “desalentadoras”, y alegó que aumentarían los trastornos alimentarios y perpetuarían el estigma dañino con respecto al peso. Algunos en las redes sociales acusaron a los médicos y los padres de tomar el camino más fácil y culparon del problema a cosas como la comida chatarra o los videojuegos, o incluso acusaron a los padres de “abuso infantil”.
El doctor David Ludwig, endocrinólogo e investigador del Boston Children’s Hospital (Hospital Infantil de Boston), advirtió que el “entusiasmo justificado” por los nuevos medicamentos para bajar de peso no debería eclipsar las opciones no farmacológicas.
“Especialmente para los niños, la dieta y el ejercicio deben ser lo más importante en la prevención y el tratamiento de la obesidad”, escribió en el Journal of the American Medical Association (Revista de la Asociación Médica Estadounidense).
Pero los expertos médicos que tratan a niños con obesidad grave dicen que la investigación es clara: la dieta y el ejercicio por sí solos no son suficientes. Más de 240 enfermedades están asociadas con el exceso de peso —incluidos problemas hepáticos, diabetes e inflamación— y los indicios aparecen temprano, advierte la doctora Janey Pratt, la cirujana de la Universidad de Stanford que operó a John Simon.
“Ya está afectando los órganos principales cuando llegan conmigo”, enfatizó Pratt. “Estás lidiando con un tren que se dirige hacia un precipicio”.
Al principio de la escuela primaria, John sufría de dolor en las articulaciones, dificultad para respirar y una apnea del sueño tan fuerte que, a los 12 años, necesitaba café para mantenerse despierto. Desarrolló ansiedad provocada por el acoso diario en la escuela y fue hospitalizado durante dos meses por trastorno de estrés postraumático cuando estudiaba el sexto grado.
“Me insultan, me golpean, me empujan, todo”, afirma John. “Fueron muchas dificultades por las que tuve que pasar”.
Luego de probar dietas y ejercicio perdió hasta 18 kilogramos (40 libras), pero los intensos antojos de comida significaban que siempre regresaba el peso o peor aún, que aumentaba. Para cuando John conoció al doctor Callum Rowe, residente de Pediatría en una clínica de salud pública en el Children’s Hospital (Hospital Infantil) de Los Ángeles, John tenía un índice de masa corporal de 75. Estaba muy por encima de las tablas que miden el índice de masa corporal que se considera una herramienta defectuosa pero muy utilizada por los médicos para detectar la obesidad.
John, quien tiene una sonrisa tímida y una voz suave, pidió ayuda. Explicó que quería emprender un “viaje hacia el bienestar”, recuerda Rowe.
“Encontré eso muy profundo para un niño de 13 años. Es un alma vieja para tener ese nivel de conocimiento sobre qué puedo hacer para cambiar mi situación”, agrega Rowe, quien refirió a John al programa de pérdida de peso de Stanford Medicine Children’s Health (Medicina y Salud Infantil de Stanford).
Eso significó trasladarse a Palo Alto, 565 kilómetros (350 millas) al norte, pero Karen Tillman dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
“Su peso aumentaba cada minuto”, agrega.
Las solicitudes para el programa de cirugía de Stanford se han duplicado desde la publicación de las pautas de la AAP, dijo Pratt. Es uno de los sitios más concurridos de Estados Unidos y realiza más de 50 de las 2.000 cirugías pediátricas para bajar de peso registradas cada año.
John tuvo suerte: menos del 1% de los niños que califican para la cirugía metabólica se someten al procedimiento. Los médicos pueden ser reacios a referirlos y las familias no saben que es una opción o que sea tan cara, dicen los expertos. Los costos ascienden a más de 20.000 dólares y pueden llegar a los 100.000 dólares.
La cirugía de John estuvo cubierta por Medi-Cal, el programa Medicaid de California, que pagó 47 operaciones para niños de 11 a 17 años el año pasado, según los registros de salud estatales. En todo Estados Unidos, la cobertura de Medicaid de las cirugías a niños para bajar de peso varía significativamente según el estado.
En promedio, los niños que se someten a una cirugía para bajar de peso pierden entre un cuarto y un tercio de su peso corporal, según muestran los estudios. Pero alrededor del 25% de los niños recuperan los kilogramos y necesitan más tratamiento, afirma Pratt. Con Wegovy, los adolescentes perdieron alrededor del 16% de su masa corporal a lo largo de casi 16 meses en un ensayo clínico. Quienes toman medicamentos contra la obesidad —cuyas solicitudes se han disparado en Stanford y en todo el país— recuperan peso una vez que dejan de tomarlos, muestra la investigación. Algunos de quienes toman los medicamentos ven efectos secundarios potencialmente graves, como cálculos biliares e inflamación del páncreas.
Edward Kent ha respondido bien al medicamento para combatir la obesidad, que ha apagado su apetito voraz “como un interruptor de luz”, asegura su madre. En un examen reciente, la función hepática de Edward había vuelto a la normalidad.
John Simon ha perdido alrededor del 35% de su peso corporal en menos de un año. Su función hepática y su resistencia a la insulina han mejorado, asegura Pratt. Su artritis está retrocediendo, duerme mejor y se mueve con más facilidad.
La lucha de John todavía se extiende más allá de conquistar sus propios antojos y mejorar su salud. Los ataques de los acosadores escolares empeoraron tanto en su escuela que le asignaron maestros para que caminara con él entre clases.
“Va a salir de esto con algún tipo de herida”, lamentó el pastor de John, Charles Griffin III, de la iglesia cristiana DaySpring. “Oramos para que cuando salga de esto, sea más fuerte”.
John terminó este mes el tercer año de su escuela secundaria, donde los directivos no comentaron sobre las medidas que tomaron para abordar el acoso. El año próximo estudiará en una escuela secundaria particular subvencionada, que será más pequeña y —espera su madre— más compasiva.
John, ahora de 15 años, está enfocado en el futuro. Ha aprendido a cocinar comidas saludables, como una cena reciente de camarones salteados y acelgas. Hace ejercicio en un gimnasio local, según su podómetro camina 18.000 pasos todos los días y espera estudiar mucho para conseguir el trabajo de sus sueños como ingeniero automotriz.
“Solo quiero vivir una vida feliz y saludable”, afirma. “Sin el dolor. Y simplemente sin el peso”.
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El Departamento de Salud y Ciencia de The Associated Press recibe apoyo del Grupo de Medios Científicos y Educativos del Instituto Médico Howard Hughes. La AP es la única responsable de todo el contenido.