Cuando Rusia invadió Ucrania, las compañías extranjeras respondieron con rapidez, anunciando que abandonarían Rusia inmediatamente y que reducirían sus importaciones o sus inversiones. Gran cantidad de fábricas, propiedades energéticas y plantas eléctricas fueron cerradas o vendidas en medio de fuertes condenas a la guerra y expresiones de solidaridad con Ucrania.
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Ha pasado más de un año y esto ha quedado claro: Salir de Rusia no es tan fácil.
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Rusia ha colocado obstáculos para la salida de las compañías, que requiere la aprobación de una comisión gubernamental o en algunos casos del mismo presidente Vladimir Putin, en medio de profundos descuentos u onerosos impuestos sobre la venta de propiedades.
Si bien cada compañía tiene su propia experiencia, por lo general hay un denominador común: se debaten entre las sanciones occidentales y el oprobio mundial hacia Rusia, por un lado, y los esfuerzos de Rusia por impedir o penalizar el éxodo empresarial por el otro. Algunas empresas como Coca Cola y Apple han empezado a regresar de manera informal, a través de terceros países, pese a la decisión oficial de abandonar Rusia.
Muchas compañías simplemente se han quedado, citando la responsabilidad hacia accionistas y empleados, u obligaciones legales hacia franquicias o socios locales. Otras argumentan que están proveyendo productos esenciales como alimentos, productos agrícolas o medicinas. Otras guardan silencio.
Una de ellas es la casa de modas italiana Benetton, cuya tienda en un centro comercial de Moscú que en un día reciente estaba llena de clientes que miraban y trabajadores que organizaban los coloridos atuendos. En la tienda italiana de ropa femenina Calzedonia, los clientes revisaban medias y trajes de baño. Ninguna de esas compañías respondió a preguntas enviadas por email.
Para el consumidor común en Moscú, no han cambiado mucho los productos disponibles para comprar. Si bien la tienda para bebés Mothercare cambió de dueño y ahora se llama Mother Bear, la mayoría de los productos en venta conservan la marca Mothercare.
Eso es lo que vio el estudiante Alik Petrosyan cuando hacía compras en Maag, que ahora es propietaria de la antigua tienda de ropa Zara en Moscú.
“La calidad no ha cambiado en lo absoluto, todo está igual”, dijo Petrosyan. “Los precios no han cambiado mucho, si se toma en cuenta la inflación y la situación económica que ocurrió el año pasado”.
“En general Zara, quiero decir Maag, tenía competencia”, comentó Petrosyan, corrigiéndose, “pero yo no diría que hay alguna tienda ahora con la que compite igualmente, porque los competidores que se quedaron están a un nivel de precios mayor y no tienen la misma calidad”.
El éxodo empresarial empezó con las compañías automotrices, petroleras, tecnológicas y de servicios profesionales. BP, Shell, ExxonMobil y Equinor cancelaron emprendimientos conjuntos e inversiones por miles de millones de dólares. McDonald’s vendió sus 850 restaurantes a una franquicia local, mientras que la francesa Renault aceptó, simbólicamente, un rublo por su participación accionaria mayoritaria en Avtovaz, la principal compañía automotriz de Rusia.
Desde ese éxodo inicial, otras empresas han seguido estrategias varias. Algunas están esperando a ver qué ocurre, otras enfrentan dificultades para salir y otras intentan seguir funcionando. Más de 1.000 empresas internacionales han dicho públicamente que están reduciendo sus negocios en Rusia más allá de lo requerido por las sanciones, según una base de datos de la Universidad de Yale.
Sin embargo, el Kremlin sigue poniendo obstáculos en su camino, como un impuesto “voluntario” de 10% por salir del país, a ser pagado directamente al gobierno, además de un entendimiento de que las compañías tendrán que vender propiedades con 50% de descuento.
Putin recientemente anunció que el gobierno se apropiaría de los activos de la compañía energética finlandesa Fortum y de la alemana Uniper, impidiendo la venta con el objetivo de compensar cualquier gestión en Occidente por expropiar más bienes rusos en el extranjero.
La cervecera danesa Carlsberg anunció su intención de abandonar sus negocios en Rusia — uno de los emprendimientos cerveceros más grandes del país — en marzo de 2022, pero encaró complicaciones al pedir aclaratorias sobre el impacto de las sanciones y la dificultad para conseguir compradores.
“Este es un proceso complejo que ha durado más de lo que pensábamos” pero que “está casi completo”, dijo Tanja Frederiksen, directora de comunicaciones externas de la compañía.
Calificó los negocios de la empresa en Rusia como una parte muy integrada de Carlsberg. La separación ha involucrado a todos los departamentos de la compañía y una inversión de 100 millones de coronas danesas (14,8 millones de dólares) para nuevos equipos e infraestructura tecnológica, dijo Frederiksen.
Otra cervecera, Anheuser-Busch InBev, está tratando de vender su participación en un emprendimiento conjunto con Rusia a la compañía turca Anadolu Efes y ha descartado las ganancias que habría percibido de ello.
Las sanciones están perdidas “en un Triángulo de las Bermudas entre las sanciones de la UE, las sanciones de Estados Unidos y las sanciones de Rusia”, expresó Michael Harms, director ejecutivo de la Asociación Empresarial del Este de Alemania.
Las compañías tienen que conseguir un socio que no haya sido sancionado por Occidente. En Rusia, los principales empresarios suelen ser personas “muy vinculadas con el gobierno”, explicó Harms. “Por una parte, tienen que vender a gran descuento o casi que regalar sus activos y por otra, tienen que recurrir a personas que nos disgustan políticamente, gente que está vinculada con el régimen”.
El impuesto de 10% para salir del país es particularmente complicado. Las compañías estadounidenses tienen que conseguir aprobación del Departamento del Tesoro para pagarlo, o de lo contrario violarían las sanciones, señaló Maria Shagina, una experta en sanciones en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Berlín.
Cientos de compañías, han resuelto discretamente quedarse.
En una explicación inusual y franca, Steffen Greubel, CEO de la empresa financiera alemana Metro AG, dijo en la reunión de accionistas que la compañía condena la guerra “sin vacilaciones ni condiciones ni excepciones”.
Sin embargo, la decisión de quedarse en Rusia se debe a la responsabilidad hacia 10.000 empleados locales y “en el interés de preservar el valor de esta compañía para sus accionistas”, aseguró.
Metro saca aproximadamente el 10% de sus ventas anuales de Rusia, es decir, más de 2.900 millones de euros (3.100 millones de dólares).
Entretanto, los estantes están igual de llenos que antes de la guerra en las tiendas Globus, una cadena alemana con unas 20 sucursales en Moscú.
Un examen más minucioso revela que la mayoría de las marcas occidentales han desaparecido de Rusia y que muchas marcas de cosméticos tienen precios entre 50% y 70% mayores. Hay más vegetales de Rusia y Bielorrusia, que cuestan menos. Abundan los productos de Procter & Gamble aun después de que la empresa dijo que solo vendería en Rusia sus productos esenciales.
Globus dice que ha reducido “drásticamente” sus inversiones en Rusia, pero que ha mantenido abiertas sus tiendas para garantizar la provisión de alimentos para la población, notando que los productos alimenticios no están bajo sanciones y citando “la amenaza de una confiscación de activos de valor considerable mediante una nacionalización forzada, así como severas consecuencias penales para nuestra gerencia local”.
Igualmente, la alemana Bayer AG —que suministra medicamentos, productos químicos agrícolas y semillas— argumenta que hacer algo de negocios en Rusia es lo más acertado.
“Privarle a la población civil de productos esenciales agrícolas o médicos — como tratamientos para el cáncer o para males cardiovasculares, productos de salud para mujeres embarazadas y niños y semillas para cultivar alimentos — solo aumentaría los efectos que la guerra ya está teniendo sobre las vidas humanas”, indicó la compañía en un comunicado.
Jeffrey Sonnenfeld, director de la base de datos de la Universidad de Yale, dijo que abandonar Rusia es la única decisión válida, citando investigaciones según las cuales las acciones de las compañías suben posteriormente.
“Las compañías que se han salido han sido recompensadas por haberse salido”, señaló. “No es bueno para los accionistas verse asociados con la maquinaria bélica de Putin”.
Marianna Fotaki, profesora de ética empresarial en la Escuela Warwick de Administración de Empresas, dice que hacer negocios “no debe ser únicamente fijarse en las ganancias monetarias... Uno no quiere ser cómplice de lo que es un régimen criminal”.
Aun si hay competidores que se quedan, añadió, “seguir ese ejemplo hasta el fondo” no es la respuesta.