KIEV (AP) — Tras cuatro meses de cautiverio en Rusia, Mikhailo Vershinin era una sombra del fornido policía de Mariúpol que solía ser.
PUBLICIDAD
El jefe de la patrulla de la policía de Mariúpol fue uno de los cientos de combatientes que se rindieron al asedio ruso a la acería Azovstal por orden del presidente de Ucrania hace un año, y el día que fue canjeado por prisioneros de guerra rusos estaba al borde la muerte.
PUBLICIDAD
Vivió en primera persona el día en que cayó la última plaza de la sitiada ciudad y ahora lo recuerda con una profunda tristeza, pero también con un sentido de propósito para el futuro del país.
Los ataques aéreos habían sido incesantes durante semanas, pero el cielo se quedó en silencio mientras los oficiales rusos y los ucranianos negociaban los términos de la rendición. En aquel momento, según Vershinin, parecía la única opción para los hombres y mujer que estaban con él en el complejo subterráneo, y para Mariúpol.
La resistencia de Azovstal se convirtió también en un punto de inflexión para muchos países que dudaban sobre su respaldo a Ucrania.
“A partir de Mariúpol, el mundo empezó a despertar para entender lo que estaba pasando", explicó. “Sabíamos perfectamente que teníamos sobre nosotros a muchas fuerzas rusas. Éramos como un hueso en la garganta de Rusia".
El grupo esperaba unos refuerzos que nunca llegaron y acabó rindiéndose.
Pero Rusia no cumplió su promesa de tratar a los prisioneros de guerra conforme a la Convención de Ginebra. La tortura, el hambre y al enfermedad los acecharon. Más de 700 siguen cautivos: conseguir su liberación ha sido una prioridad para el gobierno de Kiev y para Vershinin, que fue incluido en un canje el pasado otoño.
Los hombres y mujeres que lucharon hasta el final en Azovstal son héroes y mártires en todo el país, y sus caras están en carteles y pancartas gigantes.
En aquel momento, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, justificó la orden de rendirse señalando que “Ucrania necesita que los héroes ucranianos sigan vivos. Es nuestro principio”.
Pero Vershinin dijo que los malos tratos eran lo habitual mientras sus captores trataban de enfrentarlos unos contra otros y dominarlos a través del hambre.
“Ahora puedo decir esto: Si hubiésemos sabido lo que nos esperaban en prisión, mucha gente no se rendiría”, afirmó.