HOUSTON (AP) — Sandy León ha usado muchos números en su jersey durante una larga carrera en las Grandes Ligas.
Pero para explicar por qué porta el 12 en su uniforme esta temporada, el cátcher venezolano de los Rangers de Texas tuvo que recordar el peor día de su vida.
Fue el 18 de agosto de 2020. León, quien jugaba entonces por Cleveland, había llegado recién en autobús al hotel del equipo en Pittsburgh cuando hizo una llamada a su esposa Liliana, quien estaba en casa en Fort Myers, Florida, con sus dos hijos pequeños.
El pelotero se sintió preocupado tras varios intentos infructuosos por comunicarse. Comenzó a recibir alertas del sistema de seguridad que tiene instalado en casa.
“Eso pasa cuando alguien hace mucho ruido en casa, cuando la cámara capta esos sonidos”, explicó León.
Se conectó a una aplicación mediante la que puede activar las cámaras en su vivienda. Descubrió una escena horripilante, que involucraba a Liliana y a Nahomy, su hija de 15 meses.
“Mi esposa estaba gritando y rezando”, recordó León. “Decía algo que yo no podía entender. Luego vi a Nahomy en el piso. Estaba morada, parecía muerta”.
La pequeña Nahomy andaba jugueteando afuera de la casa y se coló por una reja abierta, hasta una piscina en el traspatio. Cayó en el agua cuando trataba de alcanzar un patito de goma.
Liliana fue presa del pánico cuando vio a la niña, que flotaba inerte boca abajo en el agua. La mujer saltó a la piscina, tomó a la menor y la llevó a toda prisa hacia la cocina, desde donde llamó al teléfono de emergencias 911, mientras trataba de reanimarla.
Nahomy no respiraba. El color natural se había ido de su pequeño cuerpo.
“Estaba ennegrecida, muy oscura”, recordó Liliana. “Traté de abrirle los ojos y estaban en blanco. No le veía las pupilas. Todo lo que yo había visto en ella se estaba muriendo. Ella se estaba muriendo”.
Liliana jamás había recibido entrenamiento en resucitación cardiopulmonar, pero la intentó de todos modos. Presionó el pecho de Nahomy una y otra vez.
“Sí le apliqué RCP unas cinco veces, pero no pasó nada”, relató. “Ella no hizo nada”.
Sin respuesta, la mujer abandonó los esfuerzos de resucitación. Necesitaba un milagro, y sólo se le ocurrió algo más que podía hacer.
“El único que podía hacer algo por ella era Dios”, dijo. “Así que sólo recé. '¡Espíritu Santo, ayúdame! Y es que yo sabía que mi hija se estaba muriendo”.
Siguió orando mientras una ambulancia llegaba a la casa.
Aterrorizado, Sandy trataba en tanto de comprender lo que estaba atestiguando mediante la pequeña pantalla de su teléfono.
Liliana se aferraba a la mano de su hija agonizante. Fue entonces cuando la mujer notó un pequeño indicio que le dio esperanza.
“Empecé a ver sus dedos, la parte baja de sus dedos, y se estaba poniendo algo rosada”, contó. “Luego todo el color de su cuerpo comenzó a cambiar, y ella empezó a parecer una persona normal, viva”.
La madre lloró mientras su hija daba señales de vida.
“Luego empezó a respirar”, dijo. “Pero lo hacía con mucha, mucha dificultad, como si tuviera que forzarse”.
De cualquier modo, Liliana se sintió aliviada.
“En ese momento yo pensaba: ‘¡Dios mío, ocurrió!’”, dijo. “Está viva de nuevo”.
Los paramédicos llegaron pronto, mientras atendían a Nahomy, bombardeaban a Liliana con preguntas sobre lo ocurrido.
La principal era: ¿Cuánto tiempo permaneció la niña en la piscina?
Liliana no lo sabía, pero les dijo que había una cámara de vigilancia, la cual podía esclarecerlo.
La niña fue llevada a un hospital, sedada y conectada a un ventilador mientras se drenaba el agua de sus pulmones.
Aún incapaz de comunicarse con su familia, Sandy habló con un vecino, quien le dio algunos detalles.
“Me dijo que Liliana la había resucitado y que la ambulancia había llegado”, recordó.
Sentado en una habitación en Pittsburgh, demasiado lejos de casa, Sandy estaba desesperado.
“Yo lo estaba pasando muy mal en el hotel”, dijo. “No sabía qué hacer”.
Llamó a alguien del equipo, cuyos dirigentes fletaron un jet privado para que el venezolano pudiera acudir de inmediato adonde estaba su hija.
Liliana estaba sentada en la habitación del hospital junto a Nahomy, cuando llegaron las autoridades que habían visto el video —mostrado por León a The Associated Press. Querían hablar con ella sobre lo que vieron.
“Me miraron con una cara que me decía que algo realmente malo había pasado”, dijo la mujer. “Me dijeron que, desde el momento en que ella cayó a la piscina hasta el momento en que la saqué habían pasado 12 minutos”.
Una eternidad.
“Cuando les oí decir que había estado tanto tiempo en la piscina me quebré”, dijo Sandy. “Pensé: ‘Ella no reaccionará’”.
Los médicos advirtieron a la familia que, incluso si Nahomy despertaba, casi seguramente habría sufrido un daño cerebral ante la pérdida de oxígeno por tanto tiempo.
Difícilmente podría caminar, hablar o realizar actividades diarias que la gente considera normales. Las 72 horas siguientes serían cruciales para descubrir las secuelas, dijeron.
Sandy llegó a Fort Myers aproximadamente a las 8 de la noche. No estaba preparado para encontrar lo que vio.
“Ella estaba en la cama, con todas esas mangueras, y todavía no respiraba por sí misma”, dijo. “Fue muy duro, no sabía qué hacer. Fui con mi esposa y sólo la abracé”.
La pareja pasó aquella noche en la habitación pequeña con su hija, que luchaba por sobrevivir.
Adormilado, Sandy se despertó a las 6:30 de la mañana siguiente. No pudo creer lo que veía.
“Mi hija estaba de rodillas en la cama”, dijo. “Estaba despierta. No sé qué pasó”.
Para las 10 de la mañana, la menor respiraba por su cuenta. Comenzó a hablar de inmediato, cuando se le retiraron los tubos de la garganta.
“Ella simplemente dijo: ‘Papi, estás aquí”, comentó Liliana. “Él le contestó: ’Sí, estoy aquí bebé, contigo'”.
Los León estaban maravillados, pero los médicos les advirtieron que Nahomy podía tener dificultades físicas. Ese mismo día, le retiraron el resto de los tubos y la colocaron en el piso.
“Y comenzó a correr”, dijo Sandy. “Los doctores no podían creerlo”.
Nahomy pasó unos días en el hospital, recuperándose y sometida a pruebas para garantizar que estuviera bien. Todos los resultados fueron alentadores, la familia pudo volver a casa.
El equipo médico dijo a la familia que la recuperación era inexplicable. Algunos la consideraron un milagro.
La niña está perfectamente saludable, sin secuelas conocidas por la experiencia aterradora. Cumplirá 4 años a comienzos de este mes. Es una pequeña adorable, a quien le encanta cualquier objeto rosado o brillante.
“Realmente le gusta pensar que es una princesa”, dijo Liliana. “Y de verdad ama a su papá. Es la consentida del papá, y le encanta cantar y bailar. Una niña normal”.
El año pasado, varios familiares recordaron lo que había ocurrido, en un foro de mensajes. Algunos sugirieron a Sandy, receptor que ha usado siete números diferentes con seis clubes, la adopción del 12.
Fueron los minutos interminables que la menor pasó en la piscina.
El número no estuvo disponible el año pasado en Minnesota. Pero esta campaña, cuando León se unió a los Rangers, obtuvo finalmente el 12 que significa tanto para su familia.
Y cada vez que se abotona ese jersey. Reza una oración para agradecer que los 12 minutos no se hayan llevado a su amada Nahomy.