MADRID (AP) — Álvaro Alarcón visualiza el momento en que ingresará a la plaza de toros Las Ventas de Madrid para su reto final como novillero, o aprendiz de torero.
El joven de 24 años ha entrenado en el campo polvoriento a las afueras de la capital española, y su traje ceñido, delicadamente tejido con cuentas y bordados dorados, ha regresado del sastre. Si puede triunfar esta vez, será tomado en cuenta para el rango más alto: el de matador, los toreros que enfrentan a bestias que pesan más de media tonelada.
“Desde que te levantas hasta que te acuestas, incluso dormido, porque estás soñando con lo que quieres, con lo que quieres hacer en la plaza”, dijo. “Y ser torero es una forma de vida”.
La muerte de la tauromaquia española ha sido declarada muchas veces, pero el número de corridas de toros en el país está en su nivel más alto en siete años y los jóvenes son la presencia más constante, en un momento en que los grupos de espectadores mayores se alejan.
En un domingo por la tarde, Alarcón debe matar dos novillos clavándoles una espada entre los omóplatos, perforándoles las aortas. Es vitoreado por cientos de niños y adolescentes entre las 8.700 personas que acuden a verlo desde las gradas. En una era de opciones de entretenimiento casi ilimitadas, es una demostración muy seria de interés.
Ahora es firmemente un interés minoritario. Poco menos del 2% de los españoles asistieron a una corrida de toros en la temporada 2021-2022, según estadísticas del Ministerio de Cultura, pero entre ellos los adolescentes de 15 a 19 años fueron el grupo más numeroso. Los mayores de 75 años fueron los menos propensos a asistir.
El Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas instó a España en 2018 a prohibir la entrada de niños a las corridas de toros para protegerlos de la “exposición a la violencia”. Hasta ahora, la exhortación ha tenido poco efecto.
Si bien las corridas de toros no están ni cerca de atraer a las multitudes que acudían hace medio siglo, siguen siendo un símbolo importante —aunque divisivo— de la identidad española en el centro y el sur del país. Las audiencias son menos numerosas, argumentan los fanáticos, pero más comprometidas.
Miriam Cabas es una torera de 21 años de la región sur de Andalucía, y una de las apenas 250 mujeres registradas como profesionales del toreo en España. Ha visto cambiar el perfil de las multitudes desde que era una niña en las gradas.
“Es cierto que han disminuido las corridas de toros”, admitió. “Pero en este momento, percibo que la juventud está en auge y que la gente tiene muchas ganas de conocer e ir a los ruedos”.
Para algunos jóvenes de derecha se ha puesto de moda vincularse con orgullo a símbolos de la España tradicional, como lucir los colores de la bandera en brazaletes y camisetas tipo polo o asistir a corridas de toros.
Pero Alarcón creció en una familia que no tenía ningún interés en la tauromaquia, con padres que se horrorizaron cuando quiso ingresar a una escuela para aprender toreo en su adolescencia.
“Me gustaban mucho las motos y los que eran los deportes de un poco riesgo”, dijo a la AP. “Yo descubrí el mundo del toro con unos 13 años. Casualmente, un día viendo la tele, había un documental de un torero que me fascinó. Y ya descubrí esta bonita profesión”.
Además de los toreros mismos, el sector emplea a miles de ganaderos, además de organizadores y promotores de eventos, e incluso críticos taurinos que todavía escriben crónicas de los eventos en prestigiosos periódicos nacionales. “Álvaro Alarcón se llevó dos novillos que tuvieron fuelle e ímpetu”, decía un reportaje reciente del diario El País, y señaló que Alarcón se llevó una oreja.
África Calderón García, de 20 años, trabaja como costurera para un sastre madrileño que elabora el intrincado "traje de luces" que los toreros visten en el ruedo. Creció asistiendo a las corridas de toros con su abuela y continuará con la tradición, aunque se considera alguien que se preocupa profundamente por los animales.
“Es una forma de arte; es la cultura española”, dijo durante un descanso de tejer cuentas blancas en una sección azul brillante del hombro. “Y creo que hay mucha gente que no es consciente de todo el trabajo que hay detrás y de lo bien cuidados que están los animales”, añadió, esgrimiendo un argumento común entre los grupos partidarios de la tauromaquia de que la raza del toro bravo vive una existencia bien alimentada y cuidada al aire libre hasta que entra en la plaza de toros.
Los fanáticos jóvenes estaban indignados por el intento del gobierno el año pasado de excluir las corridas de toros de un subsidio de 400 euros (436 dólares) otorgado a jóvenes de 18 años para gastar en actividades culturales. Una impugnación jurídica interpuesta por una asociación taurina terminó en el Tribunal Supremo de España, que falló en contra de la coalición de izquierda que actualmente gobierna el país.
El exitoso argumento jurídico se basó en el hecho de que las corridas de toros están protegidas como patrimonio cultural de España por una ley aprobada hace una década para garantizar su supervivencia.
“Mientras esté en vigor esta ley, las corridas de toros estarán protegidas en España, aunque sea maltrato animal legalizado”, dijo Yolanda Morales, portavoz del Partido Animalista del país, en un video reciente en redes sociales.
Desde la década de 1970, algunas plazas de toros que solían ser icónicas cerraron en Barcelona, Benidorm y Santa Cruz de Tenerife, y reabrieron como centros comerciales, centros culturales e incluso discotecas.
Pero para Antonio López Fuentes, un maestro sastre y jefe de Calderón García, la acción del gobierno fue sólo el intento más reciente de proscribir una práctica que reyes, papas y gobernantes moros intentaron erradicar durante los últimos mil años. “Ellos (los jóvenes) piensan: ‘Si a mí me prohíben una cosa, voy a verla’”, dijo.
Los riesgos siguen siendo igual de altos como siempre. En la última noche de Alarcón como novillero, fue corneado por un toro y terminó con tres costillas rotas. Después de su cirugía escribió un mensaje de texto: “Volveré al ruedo muy pronto”.