MADRID, 3 (EUROPA PRESS)
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El estudio internacional, dirigido por la Universidad de Bristol (Reino Unido) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), en Estados Unidos, atribuye el aumento en parte a que las sustancias químicas, conocidas como clorofluorocarbonos (CFC) se utilizan para fabricar otras alternativas a los CFC que no dañan la capa de ozono. Se trata de una excepción permitida por el Protocolo de Montreal, pero contraria a sus objetivos más generales.
El autor principal del estudio, el doctor Luke Western, investigador de la Universidad de Bristol y del Laboratorio de Vigilancia Mundial (GML) de la NOAA, explica que están prestando atención a estas emisiones ahora debido al éxito del Protocolo de Montreal. "Las emisiones de CFC de usos más extendidos que ahora están prohibidos han descendido a niveles tan bajos que las emisiones de CFC de fuentes antes menores están más en nuestro radar y bajo escrutinio", añade en un comunicado.
Según los investigadores, las emisiones de estos CFC no suponen actualmente una amenaza significativa para la recuperación del ozono, pero como son potentes gases de efecto invernadero, siguen afectando al clima.
"Combinadas, sus emisiones equivalen a las emisiones de CO2 en 2020 de un país desarrollado pequeño como Suiza, dijo Western. Eso equivale aproximadamente al uno por ciento de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de Estados Unidos", añade Western.
Se sabe que los CFC destruyen la capa de ozono protectora de la Tierra. Antaño ampliamente utilizados en la fabricación de cientos de productos, entre ellos aerosoles, como agentes espumantes para espumas y materiales de embalaje, disolventes y en refrigeración, la producción de CFC para tales usos se prohibió en virtud del Protocolo de Montreal en 2010.
Sin embargo, el tratado internacional no eliminó la creación de CFC durante la producción de otros productos químicos, incluidos los hidrofluorocarbonos (HFC), que se desarrollaron como sustitutos de segunda generación de los CFC.
Este estudio se centró en cinco CFC con pocos o ningún uso conocido en la actualidad --CFC-13, CFC-112a, CFC-113a, CFC-114a y CFC-115-- y cuya vida útil en la atmósfera oscila entre 52 y 640 años. Desde el punto de vista de su impacto sobre la capa de ozono, estas emisiones equivalen aproximadamente a una cuarta parte del aumento detectado recientemente en las emisiones de CFC-11, una sustancia controlada por el Protocolo de Montreal, que se cree que se debe a una nueva producción no declarada.
En este estudio, el equipo utilizó mediciones del Experimento Global Avanzado de Gases Atmosféricos (AGAGE), en el que la Universidad de Bristol desempeña un papel fundamental, así como otras realizadas por el Forschungszentrum Jülich, en Alemania, la Universidad de East Anglia y la NOAA, en Estados Unidos.
Estos datos se combinaron con un modelo de transporte atmosférico para demostrar que la abundancia atmosférica mundial y las emisiones de estos CFC aumentaron después de que su producción para la mayoría de los usos se eliminara en 2010.
Los investigadores determinaron que, en el caso de los tres CFC que estudiaron (CFC-113a, CFC-114a y CFC-115), el aumento de las emisiones puede deberse en parte a su uso en la producción de dos HFC comunes utilizados principalmente en refrigeración y aire acondicionado. Las causas del aumento de las emisiones de los otros dos CFC, CFC-13 y CFC-112a, son menos claras.
Aunque el equipo descubrió un aumento de las emisiones en todo el mundo, no pudo identificar lugares concretos.
"Dado el continuo aumento de estas sustancias químicas en la atmósfera, quizá sea hora de pensar en afinar un poco más el Protocolo de Montreal", afirma el coautor del estudio, el doctor Johannes Laube, del Instituto de Investigación sobre Energía y Clima (IEK) del Forschungszentrum Jülich.
Según los investigadores, si las emisiones de estos cinco CFC siguen aumentando, su impacto podría anular algunos de los beneficios obtenidos con el Protocolo de Montreal. El estudio señala que estas emisiones podrían reducirse o evitarse reduciendo las fugas asociadas a la producción de HFC y destruyendo adecuadamente cualquier CFC coproducido.
El doctor Western resalta que "la conclusión clave es que el proceso de producción de algunos de los productos químicos de sustitución de los CFC puede no ser totalmente respetuoso con la capa de ozono, aunque los propios productos químicos de sustitución sí lo sean".