CIUDAD DE MÉXICO (AP) — El saxofón significa vida para María Elena Ríos, pero llegó a odiarlo porque casi le causa la muerte.
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Eso es, al menos, lo que creyó durante un tiempo la mexicana de 29 años que sobrevivió a un ataque con ácido planificado por su expareja, quien no podía soportar que la música fuera su profesión.
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“Me fui reconciliando poco a poco (con el instrumento), pero lo odiaba porque lo veía como el culpable. A mi agresor le molestaba mucho que yo fuera músico porque decía que los músicos somos vagos, unos muertos de hambre, que sólo nos drogamos, tomamos y que seguramente yo cuando iba a mis presentaciones hacía orgías”, narró a a The Associated Press.
Más tarde entendió que lo que él no le había perdonado fue que ella lo dejara y recuperara su libertad, por eso la quiso “disolver”.
Más de tres años después del ataque ocurrido en el sur de México, los autores materiales y su expareja están presos, este último acusado de ordenar la brutal agresión, pero otro involucrado sigue prófugo. Y mientras el proceso avanza, Ríos está inmersa en una batalla mediática junto a activistas y supervivientes para lograr leyes más duras contra este tipo agresiones.
“Me obligaron a ser la defensora de mis derechos y... de las compañeras que puedan acercarse”, explicó.
Ahora el saxo es su “espada”, dijo, una manera de sentirse protegida ante el acoso que todavía sufre desde el círculo de su agresor, un influyente político y empresario del estado de Oaxaca, donde fue el ataque.
Por eso compagina sus clases de música en la Ciudad de México, donde está refugiada, con el activismo y las audiencias ante los tribunales.
Lo hace siempre acompañada de escoltas que le asignó el gobierno federal y también del miedo: el de su familia y el suyo, que intenta ocultar bajo un cubrebocas y ropa muchas veces de color “verde ácido” con la que envía un simbólico y silencioso grito.
Los ataques con ácido empezaron a resonar internacionalmente por casos del sureste asiático pero se han dando en muchas partes del mundo, incluida América Latina. En México, las sobrevivientes comenzaron a organizarse poco antes de la pandemia y sólo unas pocas decenas han hecho públicos sus casos, algunas después de décadas de silencio.
La Fundación Carmen Sánchez, el primer colectivo que agrupó a varias de ellas, indicó este mes -citando datos de las autoridades sanitarias- que 105 mujeres fueron atacadas con sustancias químicas y corrosivas en 2022, pero sólo 28 denunciaron.
Ríos denunció con rapidez. Su profesión y sobre todo el hecho de que su expareja, Juan Manuel Vera Carrizal, fuera un conocido empresario oaxaqueño y exdiputado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), hizo que su caso fuera mediático.
Vera Carrizal se ha declarado inocente pero está en prisión desde 2020. El PRI lo expulsó del partido.
En un reciente encuentro con AP, la saxofonista explicó que las amenazas y el acoso contra ella y su familia empezaron antes del ataque, cuando él quería evitar que ella rompiera la relación. El amedrentamiento continuó hasta la actualidad.
“Es lo único que trata (de hacer) una sobreviviente, sobrevivir diario. Me preguntan, ¿y qué planes tienes a futuro? Pues ninguno, porque no sé si mañana me va a matar”, aseguró.
En enero un juez le concedió a Vera Carrizal el arresto domiciliario, pero la denuncia pública de Ríos hizo que la medida se revirtiera.
“Si mi caso es un caso tan mediático y sigue siendo corrompido, me da terror nada más de pensar cómo está el proceso de otras mujeres”, se lamentó la joven.
En las últimas semanas ha comenzado a perfilarse una propuesta de ley que lleva su apodo, Malena, para tipificar el delito como intento de feminicidio. Aunque se trata de una iniciativa local que se aplicaría sólo en la Ciudad de México, ha abierto un debate para que estos ataques dejen de ser considerados como lesiones en todo el país y se conviertan en un crimen en sí mismo que pone en riesgo la vida.
Mientras, Ríos ensaya. “Cuando comienzo a armar mi saxofón siento que estoy tomando forma”. En sus partituras hay mensajes manuscritos: “Tú puedes, tocas bonito”, se lee en uno de ellos.
Junto a su familia, la música es posiblemente lo único que une a la niña que con nueve años tuvo que elegir entre jugar al futbol o unirse a la banda en una comunidad de las áridas sierras del sur de México y la mujer que no puede evitar las lágrimas al recordar cómo se agrietó su piel cuando le arrojaron el ácido o la tristeza en la mirada de sus padres cuando volvió a abrir los ojos en el hospital tras estar cinco meses internada.
La comunidad artística también le ha tendido la mano, entre otros Alejandro Sanz, quien tocó con ella este mes en la capital.
Pero en su memoria quedó marcado el regreso a los escenarios tras el ataque: fue el año pasado en uno de los festivales más importantes de México, el Vive Latino.
Ríos recordó que se sintió “eterna” y que mientras saltaba con su saxofón y su vestido color verde ácido estuvo tentada de lanzarse al público consciente de que la gente la salvaría, como la salvó cuando estaba aislada en el hospital y cientos de mujeres coreaban por ella una sola palabra: justicia.