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El cine mudo brilla en su esplendor en “Babylon”

En esta imagen proporcionada por Paramount Pictures, Margot Robbie, izquierda, y Diego Calva en "Babylon". (Scott Garfield/Paramount Pictures vía AP) AP (Photo Credit: Scott Garfield/AP)

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“Quizá todo el alboroto no significó nada”, escribió Kevin Brownlow en su libro de historia sobre el cine mudo “The Parade’s Gone By…”.

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Puede que sea cierto, los cinéfilos se han apartado cada vez más de las películas que Brownlow calificó, con buenos argumentos, como “las más ricas en la historia del cine”. En 1952, los críticos de Sight and Sound tenían siete películas silentes entre las 10 mejores de todos los tiempos. La reciente y debatida lista de Sight and Sound tiene solo una.

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En “Babylon”, la febril y enorme celebración de esos días felices de Hollywood y su abrupta terminación, el director de “La Land” (“La La Land. Una historia de amor”) ha buscado, con un toque orgiástico, traer de vuelta esa efervescencia.

Pero el exuberante filme de más de tres horas de Chazelle, protagonizado por Margot Robbie, Brad Pitt y el actor mexicano Diego Calva, no es la nostálgica oda que se esperaría de una cinta sobre la época del cine mudo. Es mucho más desordenada e interesante que eso. Al revivir el cine mudo y el surgimiento de las películas con banda sonora, “Babylon” al igual que lo hizo antes “Singin’ in the Rain” (“Cantando bajo la lluvia”) de Stanley Donen, pone su lente en un momento de transición en el cine, creando una imagen de cómo el progreso tecnológico no necesariamente implica una mejora.

Aquí, el exceso incansable y el hedonismo son la energía maniaca y alocada de las películas y la boca aplastante de la evolución perpetua del medio. Ese frenesí despreocupado es borrado (irónicamente) con la llegada del sonido y otras fuerzas que buscan domesticar las películas. “Babylon” nos habla a nosotros en esta época del cine.

La industria cinematográfica actual está igualmente descarrilada por fuerzas de cambio que podrían debilitar su impulso en la gran pantalla. “Babylon” se trata de cómo el cine renace, pero de forma brutal. Aunque puede resultar un desastre caótico, la película de Chazelle deja este punto brillantemente en claro: el cine se puede amaestrar sólo por un momento, el show debe continuar.

Sin duda esta no es una película con precisión histórica. Chazelle toma un enfoque para “retratar la leyenda” de los años 20 en Hollywood, tomando elementos de escándalos previos y mitos al estilo de “Hollywood Babylon” de Kenneth Anger. La obra del cineasta, una farsa y una comedia a la vez, es por momentos cautivadora y muchas veces interpretada a un ritmo maniático extenuante, corriendo de una a otra escena. Al tratar de retratar lo salvaje de la época, “Babylon” la exagera, logrando una nota caricaturesca y sobrepasada desde el principio, y luego, por tres horas, trata de sostener en vano su sueño febril alimentado por las drogas de un Hollywood desaparecido. Todo lo cual constituye una película recargada y, especialmente en el tercer acto que es cada vez más incontrolable, dispersa.

Pero también es un filme insistentemente vivo al que es difícil no poner atención, con sus destellos de genialidad. Para un director conocido por experimentos más sentimentales y refinados, “Babylon” es un descenso escabroso hacia el libertinaje. Por momentos es una combinación artificial, demasiado presuntuosa y demasiado larga. Pero la película de Chazelle es algo que estimar y el tipo de proyecto ambicioso que le merece crédito a un joven y talentoso director por atreverse a hacerlo.

Comenzamos en Bel Air, que en 1926 era casi cómicamente rural. Un trabajador llamado Manny (Diego Calva, en una impresionante actuación revelación) trata de convencer a trabajadores para que le ayuden a subir a un elefante por una colina para una enorme fiesta ofrecida por un empresario de cine (Jeff Garlin). Invitar a la gente a la fiesta (“Escuché algo de Garbo”, dice Manny a un policía) es todo lo que necesita para que le cumplan sus favores. En los primeros minutos de la película, una avalancha de excremento de elefante, que salpica incluso el lente de la cámara, y una bacanal de sexo y cocaína en la mansión de la fiesta retratan la indulgencia y lo grotesco de Hollywood.

La escena de la fiesta parece diseñada para igualar o mejorar la extravagancia de “The Wolf of Wall Street” (“El lobo de Wall Street”) de Martin Scorsese. También hay una escena que hace eco del escándalo de los actores de cine mudo Fatty Arbuckle y Virginia Rappe, pero entre la locura los únicos que realmente quedan grabados son Manny, un inmigrante mexicano con sueños de trabajar en la industria y Nellie La Roy (Margot Robbie, en un eco a su actuación en “Once Upon a Time... in Hollywood”), una joven actriz desea su primer papel en cine. Ella está segura. “No te conviertes en una estrella”, le dice a Manny. “Lo eres o no lo eres”.

En las eufóricas primeras escenas, “Babylon” pulsa con sus aspiraciones de fama casi primigenias. “Ser parte de algo más grande”, dice Manny. Pronto ambos están en busca de ese sueño. Nellie es elegida como un reemplazo de último minuto para un filme, mientras que Jack Conrad (Brad Pitt), un astro del cine mudo al estilo de Douglas Fairbanks, se lleva a Manny con él al set al día siguiente de la fiesta. Cada uno comienza su rápido ascenso, con varios personajes rodeándolos, incluyendo un talentoso trompetista negro (Jovan Adepo), una cantante en esmoquin llamada Lady Fay Zhu (Li Jun Li en un papel embriagante) y una reportera de espectáculos Elinor St. John (Jean Smart en un papel fabuloso).

Nada es tan vívido en “Babylon” como sus sets al aire libre (producto de la diseñadora de producción Florencia Martin) donde Nellie y Manny se encuentran al día siguiente. Muchas cosas más ocurren después: la llegada histórica de “The Jazz Singer” (“El cantor de jazz”), el fiasco de Nellie en su primer intento en un estudio con sonido, una danza nocturna con una víbora venenosa, la dolorosa caída de Jack de la fama, seguida de un momento revelador con Elinor (“Esto es más grande que tú”, le dice sobre el cine), un descenso al bajo mundo de Los Angeles con un mafioso interpretado macabramente por Tobey Maguire; un salto a un cine de la década de 1950 con “Singin’ in the Rain”. Algunas de estas escenas son geniales, pero hay muchas cosas que se pasan de tueste. “Babylon” nunca está fundamentada totalmente en Nellie o Manny, cuyos arcos se sienten cada vez más dictados por el verdadero motor narrativo del filme: la historia de Hollywood.

Lo mejor de “Babylon” está ahí, unas horas antes, en el carnavalesco terreno de los estudios Kinoscope en el desierto. Es un nirvana cinematográfico alocado, con películas siendo filmadas en todas partes y muchos participantes como mujeres o personas de color, un recordatorio de que los primeros días del cine eran de muchas maneras más abiertos e inclusivos que lo que fue Hollywood décadas más adelante. Una cineasta al estilo de Dorothy Azner dirige a Nellie, quien resulta ser un talento natural. Manny logra ser asistente de una película épica de caballeros con espada de la que buscan desesperadamente hacer una última toma antes de perder la luz del sol. “Babylon” es tan excitante cuando el sudor, la suerte y una mariposa logran un momento de magia sellado por las palabras: “Lo logramos”.

“Babylon”, un estreno de Paramount Pictures, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años la vean acompañados de un padre o tutor) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por fuerte contenido sexual y crudo, desnudos gráficos, violencia sangrienta, uso de drogas y diálogos. Duración: 189 minutos. Tres estrellas de cuatro.

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Jake Coyle está en Twitter como: http://twitter.com/jakecoyleAP

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