SARAJEVO, Bosnia y Herzegovina (AP) — Vildana Mutevelić se acurrucó en su departamento con sus dos hijos pequeños y sus primos ancianos. No tenían calefacción, electricidad ni agua corriente cuando los proyectiles de artillería arrancaron el techo de su edificio y casi les quitaron la vida.
Para sobrevivir, improvisó.
Mutevelić hizo una lámpara con aceite de motor usado, agua y un cordón de zapatos como mecha. Cocinaba en un fuego alimentado con libros, muebles, zapatos o ropa. Descubrió que cuando encendía una cuchara de plástico, funcionaba bien como linterna temporal si se aventuraba a salir. Láminas de plástico cubrían las ventanas hechas añicos, un endeble amortiguador contra el frío glacial. Sus noticias del mundo provenían de un vecino que encendía una radio con una batería de automóvil.
“La electricidad falló de inmediato”, dijo Mutevelić, de 70 años, mediante un traductor. “Y todo lo que teníamos en nuestros congeladores, se derritió. Esas eran nuestras provisiones, básicamente. Eso es todo”.
Para ella, estos son recuerdos de hace tres décadas, cuando los serbios bosnios sitiaron Sarajevo y causaron miles de bajas civiles. Pero todo sucede de nuevo en Ucrania. Las fuerzas armadas de Rusia bombardearon la infraestructura energética de Ucrania a medida que llegaba el invierno.
El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, quien acusó a Rusia de “terrorismo energético”, declaró a principios de esta semana que alrededor de nueve millones de personas estaban sin electricidad. El fiscal general, Andriy Kostin, dijo a The Associated Press que el ataque deliberado de Rusia a los servicios públicos esenciales de Ucrania es otro acto de genocidio, el más atroz de los crímenes de guerra.
“Estamos convencidos de que los crímenes que (Rusia) está cometiendo en Ucrania tienen todas las características del genocidio”, aseveró Kostin en un comunicado. “El estado agresor está ‘convirtiendo el invierno en un arma’, privando a los ucranianos de lo básico: electricidad, agua y calefacción”.
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Esta historia es parte de una investigación de la AP/FRONTLINE que incluye la experiencia interactiva War Crimes Watch Ucrania (Vigilancia de Crímenes de Guerra Ucrania) y el documental “Putin’s Attack on Ukraine: Documenting War Crimes” (El ataque de Putin a Ucrania: Documentando crímenes de guerra) en la PBS.
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Hacer que los civiles sufran y mueran como una forma de obligar a su gobierno a ceder no es una estrategia nueva de guerra. Pero es propensa al fracaso. Las familias, los vecinos y las comunidades enteras se unen, intercambian ideas y resisten. Como lo hizo Sarajevo. Y como hizo Gran Bretaña cuando la nación insular se negó a ceder ante los devastadores ataques de la Alemania nazi hace 80 años.
“La capacidad de una población moderna para sobrevivir bajo coacción y bajo agresión por la mera voluntad de continuar existiendo es subestimada a veces”, dijo Bruno Tertrais, asesor de geopolítica del centro de análisis de políticas públicas Institut Montaigne, con sede en París.
Los ucranianos muestran la misma determinación e ingenio.
El apartamento de Larysa Shevtsova en la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania, se quedó sin electricidad y sin agua. Pero el gas aún fluía hacia una estufa en la cocina abarrotada. Con dos ladrillos resistentes al fuego y el consejo de un amigo de la familia, ella y su esposo pudieron mantener una temperatura soportable en su hogar sin estar confinados en la cocina.
Colocaron un ladrillo directamente sobre uno de los cuatro quemadores de la estufa, con los otros tres cubiertos por ollas grandes y una tetera. Cuando el bloque rectangular estuvo lo suficientemente caliente, lo llevaron con cuidado a la sala de estar y lo colocaron sobre un calentador de la era soviética que ya no funcionaba. Shevtsova, su esposo y sus dos hijos, uno de ellos de tres años, se acurrucaron alrededor del ladrillo para calentarse durante unos 30 minutos.
“Usamos este método para calentar la habitación”, dijo Shevtsova. “Antes de eso simplemente nos congelábamos”.
The Associated Press y la serie “Frontline” de la PBS, con base en una variedad de fuentes, han documentado de forma independiente más de 40 ataques de Rusia contra las instalaciones de energía eléctrica, calefacción, agua y telecomunicaciones de Ucrania desde febrero.
El alcance de la ruta de destrucción de Rusia no se limita a una región de Ucrania. Del este al oeste, Rusia ha desatado una arremetida de ataques con drones y misiles destinados a infligir el máximo daño a la infraestructura energética de Ucrania con un incremento drástico en los ataques desde septiembre, según el análisis de los datos de la AP.
Los repetidos ataques han dejado a los ucranianos acostumbrados a los apagones diarios para evitar sobrecargar el sistema a medida que las temperaturas descienden.
“Deberíamos tener claro lo que Rusia está haciendo”, declaró el presidente Joe Biden la semana pasada en la Casa Blanca durante una conferencia de prensa conjunta con Zelenskyy. Rusia “está atacando deliberadamente la infraestructura crítica de Ucrania, destruyendo los sistemas que proporcionan calor y luz al pueblo ucraniano durante la parte más fría y oscura del año”.
Rusia no muestra señales de una desaceleración de sus ataques a la red energética de Ucrania. El presidente ruso, Vladimir Putin, dijo que las oleadas de ataques son una respuesta a la explosión de un camión bomba el 8 de octubre en el puente que conecta la parte continental de Rusia con la península de Crimea, que Moscú se anexó de Ucrania en 2014.
La Organización Mundial de la Salud ha estimado que entre dos y tres millones de ucranianos abandonarán sus hogares este invierno en busca de calor y seguridad.
“Es absolutamente cierto que aterrorizar a la población civil, para quebrantar su moral, para que exijan a sus líderes que se rindan, no es una forma de necesidad militar”, dijo Mary Ellen O’Connell, profesora de leyes y experta en derecho internacional de la Universidad de Notre Dame. “Incluso si estás atacando un objetivo militar, si la intención de hacerlo es aterrorizar a los civiles, entonces has cometido un crimen de guerra”.
Desde el inicio de la invasión de Rusia en febrero, Moscú ha lanzado 168 ataques con misiles contra la infraestructura energética de Ucrania, con casi el 80% de los ataques ocurridos en octubre, noviembre y diciembre, según Kostin. La compañía de petróleo y gas Naftogaz, controlada por el Estado de Ucrania, informó a principios de este mes que más de 350 de sus instalaciones y 450 kilómetros (279 millas) de gasoductos han sufrido daños.
Rusia hizo de la red eléctrica de Ucrania su principal objetivo “porque es la forma más fácil de perturbar la civilización y crear una catástrofe humanitaria”, dijo a la AP Volodymyr Kudrytskyi, director ejecutivo del operador estatal de la red eléctrica NEC Ukrenergo. Sin electricidad, agregó, los servicios básicos y otros sectores de infraestructura crítica, como las comunicaciones y la atención médica, están incapacitados.
“Ningún operador de sistemas de transmisión en el mundo se encontró jamás una escala de destrucción tan grande como esta”, aseguró Kudrytskyi.
NEC Ukrenergo ha descrito en Facebook cómo envía a cientos de sus técnicos y especialistas para restaurar la energía cuando se desconecta para “parchar lo que se puede parchar y reemplazar lo que se puede reemplazar”. Pero a veces puede ser una tarea de Sísifo. Los bombardeos rusos a principios de diciembre cortaron el suministro eléctrico en gran parte de la recién liberada ciudad ucraniana de Jersón apenas unos días después de que fue restaurado.
Los habitantes de Sarajevo experimentaron el mismo descenso a la oscuridad y el frío a mediados de la década de 1990, cuando las fuerzas serbias sitiaron la capital bosnia durante la sangrienta desintegración de Yugoslavia. Como Ucrania, Bosnia enfrentó una amenaza existencial de una nación vecina que buscaba controlar el país desguazándolo.
Una diferencia evidente entre Sarajevo y Ucrania es la respuesta del mundo occidental.
Durante casi cuatro años, los aproximadamente 350.000 residentes de Sarajevo quedaron atrapados y enfrentaron a diario bombardeos y ataques de francotiradores. Privados del acceso regular a la electricidad, la calefacción y el agua, sobrevivieron gracias a la limitada ayuda humanitaria de las Naciones Unidas mientras bebían de los pozos y buscaban alimentos.
Por el temor a un mayor derramamiento de sangre y en búsqueda de una solución política, Estados Unidos y la Comunidad Europea (la predecesora de la Unión Europea) respaldaron un embargo de armamento de la ONU sobre la antigua Yugoslavia que bloqueó que el gobierno bosnio adquiriera armas para defenderse de los ataques serbios.
Para Ucrania, el dinero y el armamento fluyen. Estados Unidos ha entregado o prometido miles de millones de dólares en ayuda militar, incluida una batería de misiles tierra-aire Patriot, el arma más poderosa de este tipo comprometida con Ucrania hasta el momento.
“Ucrania tiene armas. Y lo que nosotros obtuvimos en esa época fue un embargo de armas”, dijo Mirza Mutevelic, el hijo de Vildana Mutevelic, de 38 años. “Percibo esto como otra injusticia”.
Lamija Polic, una enfermera jubilada en Sarajevo, esquivó balas para conseguir agua y usó un bote de basura de metal como estufa. La leña era difícil de encontrar. Para el verano de 1993, la mayoría de los árboles de Sarajevo habían desaparecido y la gente desenterraba tocones de árboles.
“Así que quemamos todo lo que teníamos: pantuflas, zapatos, ropa vieja, libros, lo que fuera”, dijo Polic. “Calentamos la habitación más pequeña de nuestro piso, la cocina, y pasamos todo el tiempo allí. Enciendes un fuego, pero dura apenas unos minutos y luego esperas hasta que no aguantas más el frío antes de hacer otro. Recuerdo que nuestras mantas y sábanas estaban tan frías que tenías la sensación de que estaban húmedas”.
Algunos residentes de Jersón, una ciudad en el río Dniéper al sur de Ucrania, enfrentan dificultades similares. La ciudad fue la única capital regional que tomaron las fuerzas de Moscú. Cayó en manos rusas en los primeros días de la invasión y estuvo ocupada durante casi nueve meses.
Mientras se retiraban en noviembre, las fuerzas rusas destrozaron las líneas eléctricas y otras infraestructuras clave de Jersón, y dejaron a miles de residentes recién liberados en la oscuridad.
Larysa, quien declinó usar su apellido por temor a represalias contra su familia, dijo a la AP a fines de noviembre que a veces sintió que sufría un colapso nervioso.
A diferencia de muchas casas que pueden usar gas, la casa de Larysa dependía únicamente de la electricidad. Así que cuando los soldados rusos dañaron las líneas de suministro de energía, ella y su esposo quedaron a oscuras, sin poder cocinar ni ducharse con agua caliente. Comieron pescado enlatado, patés y papillas sin carne en la oscuridad de su gélido apartamento.
Aproximadamente una vez a la semana, Larysa iba a la casa de una amiga que aún tenía gas para lavarse el cabello con agua tibia y comer comida casera. Ella y su esposo querían comprar un generador portátil, pero los precios se habían disparado de alrededor de 190 dólares a más de 1.600, dijo Larysa.
“Estoy cansada de todo esto y quiero recuperar mi antigua vida”, agregó Larysa.
En Kiev, la capital de Ucrania, Mariia Modzolevska ha dependido de un generador y una batería de automóvil para mantener su cafetería, Blukach, en funcionamiento durante los apagones casi diarios.
Los clientes todavía acuden. Cargan sus teléfonos móviles y otros aparatos mientras beben su café y comen sus pequeños bocados dulces. Modzolevska, de 34 años, ideó formas de mantener su tienda con electricidad. Una batería de automóvil vieja y recargada mantiene en funcionamiento la máquina para pagos con tarjetas de crédito. Un generador diésel alimenta las máquinas de espresso.
“Ganábamos dinero hasta el primer ataque con drones y los apagones; después los ingresos cayeron más del 30%”, dijo. “Han vuelto a subir desde que equipamos la cafetería con electricidad e Internet. No sé por cuánto tiempo podremos operar en (el) futuro”.
El apartamento de esquina de Tetiana Boichenko, en Kiev, está orientado al norte. Incluso en noviembre, su dormitorio estaba frío. El calor y la electricidad iban y venían en su vecindario, según si los misiles rusos alcanzaban sus objetivos.
Compró una pequeña tienda de campaña por 10 dólares y la instaló sobre su cama. Dentro de la tienda, encima de algunas mantas, Boichenko estaba entre tres y cuatro grados más que la temperatura de su habitación. Dice que no planea desmontar su tienda hasta la primavera.
“Dormiré en ella porque es cálida”, dijo.
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Dupuy reportó desde Nueva York; Lardner desde Washington; Niksic desde Sarajevo; Sam Mednick e Inna Varenytsia en Jersón, y Jamey Keaten en Kiev.