BOYARKA, Ucrania (AP) — Bice es un pit bull terrier americano con un trabajo importante y delicado en Ucrania: consolar a niños traumatizados por la guerra contra Rusia.
PUBLICIDAD
El juguetón perro gris de 8 años llegó a tiempo esta semana a un centro de rehabilitación en las afueras de la capital ucraniana, listo para inciar sus labores.
PUBLICIDAD
Mientras Bice aguardaba en el pasillo, dentro de lo que parecía ser un aula escolar con pinturas y algunos libros, una docena de niños estaban sentados alrededor de una mesa escuchando a Oksana Sliepova, una psicóloga.
“¿Quién tiene un perro?”, preguntó, y varias manos se alzaron al unísono mientras el lugar se llenaba de gritos de “¡Yo, yo, yo!”
Un niño dijo que su perro se llama “Stitch”. Otro dijo que el suyo se llama “Tank”, y que tiene cinco en total, pero olvidó todos sus nombres. Todo el mundo se echó a reír.
Las siete niñas y nueve niños —cuyas edades van desde un niño de 2 años hasta una adolescente de 18— se ven a primera vista como escolares que disfrutan una clase. Pero tienen historias particulares: algunos atestiguaron cómo soldados rusos invadieron sus poblados natales y golpearon a sus parientes. Algunos son los hijos, hijas, hermanos o hermanas de soldados que están en las líneas del frente, o que murieron en ellas.
Se reunieron en el Centro de Rehabilitación Social y Psicológica, un centro comunitario operado por el Estado en el que la gente puede recibir ayuda para hacer frente a experiencias traumáticas tras la invasión rusa a Ucrania en febrero. El personal proporciona terapia psicológica en forma regular para quienquiera que haya sido afectado por la guerra de cualquier forma.
En el pasado han trabajado con caballos, pero ahora están añadiendo el apoyo de otro amigo de cuatro patas: terapia canina.
Ubicado en Boyarka, un suburbio a unos 20 kilómetros (12 millas) al suroeste de Kiev, el centro fue establecido en el 2000 como parte de una iniciativa para proporcionar apoyo psicológico a las personas afectadas, directa o indirectamente, por la explosión en la nucleoeléctrica de Chernobyl en 1986.
Ahora se enfoca en las personas afectadas por la guerra. En estos días, cuando algunas áreas no cuentan con energía eléctrica tras los ataques rusos a la infraestructura de energía ucraniana, el edificio de dos pisos es uno de los pocos sitios con luz y calefacción.
Con los chicos reunidos, algunos con alegres gorros navideños de color rojo o azul, Sliepova les preguntó cautelosamente si querían conocer a alguien. Sí querían, respondieron. La puerta se abrió. Los rostros de los niños se iluminaron. Sonrieron.
Y entró Bice, el terapista que mueve la cola.
Darina Kokozei, la propietaria y manejadora del perro, le pidió a los niños que se acercaran uno por uno para pedirle que hiciera una suerte o dos. Se sentó. Se paró sobre sus patas traseras. Extendió una pata, o rodó sobre sí mismo. Luego un abrazo del grupo, todo seguido por algunos premios sabrosos para él.
Durante más de 30 minutos, Bice permitió que todo el mundo lo tocara y lo abrazara, sin nunca ladrar. Fue como sin nada más importara en ese momento, como si no hubiera nada de qué preocuparse... como, digamos, una guerra que está destrozando su país.
Esta es la primera vez que Sliepova ha trabajado con un perro dentro de las terapias que imparte. Pero, dijo, “leo mucha literatura de que trabajar con perros, con rehabilitadores de cuatro patas, ayuda a los niños a disminuir el estrés, incrementar la resistencia al estrés, y reducir la ansiedad”.
Los niños no parecían estresados, pero desde luego que la realidad sigue allí afuera.
Ella observó cómo a algunos niños los asustan los ruidos fuertes: cuando alguien cierra una ventana o cuando escuchan el sonido de un avión, por ejemplo. Algunos se arrojan al piso o comienzan a preguntar si hay un refugio antibombas cerca de allí.
Entre los niños estaban un hermano y su hermana de Kupyansk, una ciudad de la región oriental de Járkiv, los cuales vieron a soldados rusos allanar su casa con ametralladoras, agarrar a su abuelo, colocarle una bolsa en la cabeza y golpearlo, señaló Sliepova.
“Cada niño está psicológicamente traumatizado en distintas formas”, manifestó.
Las madres de algunos de los niños permanecieron casi todo el tiempo sentadas junto a una de las paredes, observando y escuchando a cierta distancia. Cuando Bice llegó, algunas tomaron fotografías de sus hijos.
Lesya Kucherenko estaba allí con su hijo de 9 años, Maxim. Ella dijo que no puede dejar de pensar en la guerra y lo que podría pasarle a su hijo mayor, un paracaidista de 19 años que combate en el poblado de Bakhmut en la región oriental de Donetsk, uno de los frentes más activos en estos días.
Maxim sonrió mientras jugaba con Bice, pero volteaba a ver a su mamá de vez en cuando.
Kucherenko dijo que a veces rompe a llorar al pensar en su hijo soldado. Justo antes de esta sesión, recibió una llamada telefónica de él. Le dijo a ella que estaba bien, y sólo por recordar eso, ella empezó a llorar. Al segundo siguiente, Maxim estaba allí, preguntando por qué.
“¿Ve? Él me consuela, no yo a él”, señaló la madre.
En cuanto al perro consolador, ¿cuál es el mejor mensaje que Bice les ofrece a los niños?
Su propietaria Kokozei sólo lo piensa un par de segundos, y responde: “Libertad”.
“Libertad de los problemas, y felicidad”, añade.