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Ucrania busca curar cicatrices psicológicas de sus soldados

Un mural muestra a una enfermera con la leyenda en ucraniano "Estoy orgullosa de nuestros soldados" mientras un soldado revisa su celular en una clínica que trata a veteranos de guerra estrés posterior al combate y trauma posterior a conmoción cerebral AP (John Leicester/AP)

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KIEV, Ucrania (AP) — Cuando duerme, el soldado Witalij Miskow sufre pesadillas que lo transportan a los campos de batalla ucranianos. Vuelve a oír cómo caen las bombas y a visualizar las explosiones. Se imagina corriendo frenéticamente, tratando de salvarse a sí mismo y a los demás. Las pesadillas son tan vívidas y aterradoras que suplica a sus doctores que le ayuden. “Me va a explotar la cabeza”, advierte. “Hagan algo”.

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“Es muy, muy, muy estresante”, afirma Miskow, de 45 años, al referirse a estos terrores nocturnos contra los que lucha con ayuda de tranquilizantes y terapia en un centro de rehabilitación mental para soldados en las afueras de la capital ucraniana, Kiev.

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Cuando la paz vuelva finalmente a Ucrania, es probable que muchos miles de sus combatientes regresen de los campos de batalla con cicatrices psicológicas, como Miskow, quien padece una condición conocida como trastorno por estrés postraumático (TEPT, por sus siglas en español).

Psicólogos, funcionarios y exsoldados que ya han sufrido pesadillas, recuerdos angustiosos y otros síntomas de TEPT están procurando prevenir una posible crisis de salud mental entre los soldados y sus familias cuando los combatientes se reincorporen a la vida civil, luego de una guerra particularmente espantosa, intensa y agotadora.

Ya sea sensibilizando a la población o recaudando fondos para los tratamientos de salud mental o capacitando a consejeros para ayudar a los soldados a hablar sobre sus traumas psicológicos, el objetivo es evitar que echen raíces los problemas relacionados con el TEPT, potencialmente destructivos, incluidos los suicidios, la violencia familiar, el alcoholismo y la drogadicción.

El exsargento de paracaidistas Maksym Pasichnyk dice que la vida civil fue “muy complicada” para él después de años de luchar contra las fuerzas prorrusas en el este de Ucrania y sobre todo luego de que Moscú lanzó su invasión, iniciando una guerra que ya cumple su décimo mes. Su larga exposición al combate, la muerte y la destrucción dejó al joven de 28 años con una variedad de síntomas de TEPT. Teme que muchos otros militares y sus familias también puedan sufrir.

“Las repercusiones vienen después. Oyes un ruido en los oídos, empiezas a vomitar, llegas a casa y tienes cambios constantes en la presión arterial y atacas a otros miembros de tu familia, a tus hijos, a tu esposa”, relata.

“Crees constantemente que alguien te está mirando, piensas demasiado, abusas de las drogas y bebes, te pierdes a ti mismo”, agrega. “Si quieres obtener ayuda, estás internado en un hospital psiquiátrico, donde te convierten en un vegetal. Si muestras destellos de ira, te dan tranquilizantes y te quedas ahí sentado”.

Pasichnyk tuvo su último combate al comienzo de la invasión del 24 de febrero. Su unidad fue insertada en helicóptero por la noche para defender un aeródromo en las afueras de Kiev. Los tiroteos y el largo trayecto de regreso a la capital le destrozaron los pies. La hemorragia, los hematomas y las fracturas óseas fueron tan graves que fue dado de baja.

Por fuera, el musculoso veterano de guerra luce saludable. Sin embargo, esa integridad física puede ocultar el sufrimiento interior de los soldados, advierte Pasichnyk.

“Se ven bien”, dice, “pero no lo están”.

El 12 de noviembre, Pasichnyk regresó a la base aérea dañada de Hostomel donde peleó, un retorno que nuevamente le provocó recuerdos de lo que sufrió allí. Partiendo de los restos retorcidos de lo que antes de la batalla fue el avión más grande del mundo, corrió medio maratón para crear conciencia sobre el TEPT y recaudar fondos para financiar el tratamiento de 10 veteranos de guerra con síntomas.

Pasichnyk dice que no solo le preocupa el riesgo de que los soldados traumatizados se quiten la vida, sino también que puedan dispararle a otros y de que “puedan recurrir a actos terroristas”.

La portavoz del Ministerio para Veteranos de Guerra de Ucrania, Iulia Vorona, dice que las estadísticas sobre suicidios y TEPT entre los veteranos y sus familias no se hacen públicas durante la guerra por razones de seguridad, pero cinco meses antes de la invasión, la ministra de Asuntos de los Veteranos, Yuliia Laputina, alertó que ya había una “gran demanda” de apoyo psicológico por parte de las familias de militares como resultado de los combates ocurridos desde 2014 contra los separatistas respaldados por Moscú en el este de Ucrania.

La ministra, que tiene un doctorado en Psicología, expresó preocupación especial de que muchos estén regresando a “pueblos remotos donde no hay psicólogos”.

“Debemos construir un sistema donde la asistencia psicológica de emergencia funcione en los rincones más remotos”, agregó.

En una entrevista posterior este mes con The Associated Press, uno de sus adjuntos, Eugen Kotyk, dijo que el ministerio está “trabajando activamente” en un programa de reducción de riesgos de suicidios y alcoholismo.

Según cifras de conflictos anteriores, alrededor del 20% de los soldados expuestos a combates intensos en Ucrania podrían desarrollar TEPT, calcula el psiquiatra británico Neil Greenberg, profesor de Salud Mental en la Defensa en la universidad King’s College de Londres, quien anteriormente se desempeñó como oficial médico de la Armada Real durante 23 años, incluso en Irak y Afganistán. A raíz de la invasión rusa, también realizó capacitación en línea para el ejército ucraniano sobre el manejo de eventos traumáticos.

A diferencia de los soldados extranjeros que lucharon en Afganistán o las tropas estadounidenses en la guerra de Vietnam, los soldados ucranianos luchan en su propia patria, con un evidente apoyo de su pueblo, con un enemigo claro y con objetivos y justificaciones sólidas. Todo eso podría ayudar a disminuir las consecuencias para la salud mental de los exsoldados ucranianos, opina Greenberg, quien describe el conflicto en la nación europea como “una guerra psicológicamente buena para Ucrania”.

Sin embargo, una victoria para Ucrania, el buen trato posterior de los soldados que regresan a la vida civil y la reconstrucción también desempeñarán un papel clave para determinar si las enfermedades psicológicas causan “bajas masivas” entre los veteranos “o sólo un número importante”, agrega Greenberg.

Anticipando que muchos necesitarán ayuda, el psicólogo ucraniano Andrii Omelchenko está capacitando a voluntarios para brindar asesoramiento a los soldados. Hasta ahora son 300 voluntarios y el objetivo es llegar a un total de 2.000.

Omelchenko también brinda asesoramiento presencial a los soldados en el campo de batalla y continúa ese trabajo en línea cada vez que regresa a Kiev, hablando sobre los traumas en el campo de batalla en videollamadas desde su oficina en un piso 17. Una llamada reciente fue con un comandante del frente de batalla que sufría debilitantes ataques de pánico, después de haber visto un ataque con misiles que hirió gravemente a tres soldados.

El fuerte énfasis de Rusia en los cañoneos de artillería está cobrando un precio psicológico sobre los soldados ucranianos, expresa Omelchenko. Dice que las redes sociales se suman al estrés psicológico, porque les muestran a los soldados que mientras ellos están en las trincheras, sus seres queridos y amigos pueden estar disfrutando de una vida relativamente normal.

“Es realmente doloroso”, afirma Omelchenko. “La vida civil enseña muchas cosas buenas que no conviene mostrar”.

Por otro lado, Omelchenko comenta que también recibe llamadas de familias que preguntan cuál es la mejor manera de tratar a los soldados que regresan cambiados de la batalla: taciturnos, distantes, nerviosos y en sus propios mundos. Omelchenko experimentó eso mismo con su abuelo, quien luchó cuando era un adolescente en la Segunda Guerra Mundial.

“Mi abuelo nunca sonreía”, recuerda Omelchenko.

En la clínica de rehabilitación Forest Glade en las afueras de Kiev, Miskow continúa su recuperación. Además de productos farmacéuticos, la instalación recurre a yoga, acupuntura, sonidos relajantes y otras terapias en sus 220 pacientes.

“Estoy feliz, todavía estoy vivo”, expresa Miskow.

Aun así, llora enseguida cuando habla de un ataque de artillería que mató a varios de sus amigos.

“Me estoy acostumbrando (a) estos sentimientos, pero todavía es muy, muy difícil”, dice. “Si no estás aquí, no entiendes nada, no lo entenderías”.

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