BEIJING (AP) — En vísperas de la apertura de un importante congreso del Partido Comunista de China, el líder partidista, jefe de Estado y comandante de las fuerzas armadas Xi Jinping parece estar más en control que nunca, sin dar indicios de que vaya a alejarse del poder o nombrar un sucesor.
Xi había dado pocas señales durante su ascenso ininterrumpido por las filas del partido de que iba a convertirse en uno de los líderes más dominantes de la China moderna o de que colocaría al país, ascendiente económica y militarmente, en un rumbo de colisión con el orden internacional liderado por Estados Unidos.
Sin embargo, Esas ilusiones han quedado prácticamente borradas de cara a la inauguración del vigésimo congreso comunista el domingo.
“Xi Jinping es ciertamente una persona polarizadora”, dijo Joseph Torigian, un experto en política china en la American University en Washington.
Aunque algunos han resentido el pisoteo por Xi de las pocas libertades de que gozaban los ciudadanos bajo el estado unipartidista, otros dicen que los numerosos y duros desafíos que enfrenta China requieren un “líder fuerte para mantener a raya las recetas de caos y disfunción”, agregó Torigian.
El casi seguro tercer mandato de Xi significa una ruptura con un límite extraoficial de dos términos que han seguido sus predecesores recientes. Lo que no está claro ahora es cuánto tiempo seguirá Xi en el poder y lo que eso significa para China y el mundo.
“Veo más que nada que Xi se saldrá con la suya en el vigésimo congreso. Más bien la cuestión es cuán más poderoso emergerá”, dijo Steve Tsang, director del Instituto de Estudios sobre China de la Universidad de Londres. “Él no va a emerger viéndose más débil”.
Una de las políticas emblemáticas de Xi ha sido una campaña anticorrupción que es popular entre la ciudadanía y que convenientemente le ha permitido marginar a rivales potenciales. Un exministro de justicia y un viceministro de Seguridad Pública recibieron sentencias suspendidas de muerte el mes pasado.
La persistente campaña anticorrupción agrega Tsang, muestra que “cualquiera que se le interponga será aplastado”.
Xi, de 69 años, tenía el linaje adecuado para ascender a la cima. Tuvo una infancia privilegiada en Beijing como hijo de Xi Zhongxun, un ex viceprimer ministro y comandante guerrillero de la guerra civil que llevó a los comunistas de Mao Zedong al poder en 1949.
Su familia, sin embargo, fue víctima de los caprichos del gobierno de Mao durante la anarquía de la Revolución Cultural de 1966-1976, que exilió a los intelectuales al campo y sometió a muchos a humillaciones y golpizas en nombre de la lucha de clases.
Su padre fue encarcelado y Xi, que tenía 15 años, fue enviado a vivir a una aldea rural pobre en la provincia de Shaanxi en 1969 como parte de la campaña de Mao para que jóvenes urbanos educados aprendieran de los campesinos. Vivió como vivían los aldeanos en un cobertizo excavado en los acantilados de la zona.
Se dice que la experiencia curtió a Xi y le dio una comprensión de las dificultades de la población rural. Se quedó seis años en la aldea, hasta que recibió una codiciada beca en la prestigiosa Universidad Tsinghua en Beijing.
“Los cuchillos se afilan con piedras. Las personas se refinan con las vicisitudes”, dijo Xi a una revista china en 2001. “Cada vez que encontré un problema después, recordaba lo difícil que fue hacer las cosas entonces y entonces nada me parecía difícil ya”.
Alfred Wu, que cubrió a Xi para la prensa estatal en Fujian, lo recuerda como callado y de actitud discreta, no la persona resuelta en la que se ha convertido como líder nacional.
“Hoy en día, Xi Jinping es totalmente diferente del Xi Jinping gobernador”, añadió Wu, ahora profesor asociado de Políticas Públicas en la Universidad Nacional de Singapur.
Xi fue trasladado a la provincia vecina de Zhejiang en 2002, donde fue líder del partido durante más de cuatro años, un puesto por encima del de gobernador. Entonces fue hecho secretario del partido en la cercana Shanghái en 2007, luego de que su predecesor se hundió en un escándalo de corrupción.
Durante su tiempo en Fujian, Zhejiang y Shanghái, Xi fue visto mayormente como un pragmatista que no generaba propuestas atrevidas, pero que respaldaba en general las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping y que beneficiaron especialmente a las zonas costeras, como las de esas tres jurisdicciones.
Como gobernador también denunció la corrupción en Fujian luego de un escándalo grande de contrabando, quizás un indicio de la campaña nacional que lanzó a su ascenso a la cima.
Xi fue lanzado a la palestra nacional en 2007, cuando se integró al poderoso Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista, un preludio a ser nombrado para el máximo puesto en el congreso siguiente, en 2012.
Xi ha tomado el control de los asuntos militares y económicos y tiene su nombre consagrado en la constitución del partido junto con el de Mao, al añadir una referencia a su ideología: Pensamiento de Xi Jinping.
La ideología es vaga, pero enfatiza resucitar la misión del partido como líder político, económico, social y cultural de China y su papel central para conseguir el objetivo de “rejuvenecimiento nacional”, la restauración del país a una posición de prominencia en el mundo.
Su gobierno ha incrementado el papel de la industria estatal al tiempo que lanza batidas contra los monopolios y de seguridad de datos en importantes firmas privadas, incluso el gigante minorista en línea Alibaba Group y el dueño del popular servicio de mensajes WeChat, Tencent Holding.
Xi ha revivido además un lema de propaganda de la década de 1950 sobre la “prosperidad común” en un reconocimiento de la brecha creciente entre los ricos y los pobres, aunque no está claro si el gobierno planea iniciativas para resolverla.
Con la economía golpeada por las restricciones de la pandemia y una batida del gobierno contra las deudas en bienes raíces, aumentan las preocupaciones de que Xi está orquestando un alejamiento de la estrategia de Deng de “reforma y apertura” que impulsó cuatro decenios de crecimiento.
Wu ve a Xi como un discípulo de Mao rebelándose contra Deng, quien permitió el florecimiento del sector privado y buscó lazos positivos con Occidente. “Él es realmente anti-Estados Unidos y anti-occidente”, opinó Wu.
El enfoque más beligerante de Xi se deriva de una convicción de que es hora de que una China más fuerte tenga un papel más importante en los asuntos internacionales y resista las presiones exteriores.
Xi ha contrariado a Japón, India y otros vecinos asiáticos al promover reivindicaciones sobre islas disputadas en los mares de China Meridional y Oriental y territorios en los Himalayas. Ha aumentado las presiones militares y diplomáticas sobre Taiwán, la isla democrática que el Partido Comunista dice es parte de China.
Las relaciones con Estados Unidos han caído a su nivel más bajo desde el establecimiento de lazos diplomáticos en 1979, con el gobierno de Joe Biden manteniendo los aranceles impuestos por su predecesor Donald Trump y bloqueando el acceso chino a importantes tecnologías estadounidenses.
Dentro de China, el Partido Comunista ha incrementado la vigilancia electrónica, además de haber reforzado los controles ya estrictos sobre la expresión y la prensa. También ha reprimido más la disensión, censurando incluso críticas ligeras y encarcelando a quienes considera que se extralimitaron.
Las autoridades han detenido a un millón o más miembros de grupos étnicos predominantemente musulmanes en la región occidental de Xinjiang en una dura campaña contra el extremismo que ha sido calificada de genocidio por Estados Unidos. En Hong Kong, el gobierno de Xi respondió a protestas masivas con una dura ley de seguridad nacional que ha eliminado a la oposición política y ha alterado la una vez libre naturaleza de la ciudad.
Xi enfrenta un desafío a las duras políticas de su gobierno contra el COVID-19, que han cobrado un saldo económico y humano. Pequeños grupos de residentes realizaron protestas durante un confinamiento en Shanghái de dos meses este año.
En una rara protesta política, alguien colgó esta semana banderolas desde un paso elevado en Beijing pidiendo libertad, no encierros, así como huelgas estudiantiles y de trabajadores para forzar la salida de Xi. Los carteles fueron retirados rápidamente, se desplegó la policía y cualquier mención del incidente fue eliminada de internet.
El gobierno se ha apegado a esa política, que inicialmente fue considerada un éxito mientras el coronavirus azotaba otras partes del mundo. Aunque existe una insatisfacción acumulada, particularmente mientras la vida regresa a la normalidad en otras partes del mundo, la mayoría de las personas no se atreven a hablar.
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Los periodistas de The Associated Press Dake Kang y Joe McDonald contribuyeron a este reportaje