MOSCÚ (AP) — En el Mercado Ismailovsky de souvenirs, en Moscú, se pueden comprar tazas y camisetas alusivas al despliegue de fuerzas rusas en Ucrania... del 2014, cuando se anexó la Península de Crimea. No hay nada que aluda a la “operación militar especial” que comenzó hace seis meses.
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En la capital hay pocos indicios visibles de que Rusia está embarcada en el peor conflicto bélico que registra Europa desde la Segunda Guerra Mundial. La letra “Z”, que al principio fue un símbolo de la operación ya que aparece en los vehículos militares rusos, brilla ahora por su ausencia.
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Apenas si hay algunos carteles sueltos en las paradas de autobuses con al rostro de un soldado o con la expresión “Gloria a los héroes de Rusia”. Los pósters no dan pista alguna acerca de lo que están haciendo los soldados, ni dónde.
La reticencia de la gente, o el estado de negación, respecto a la “operación” en marcha en Ucrania es llamativa en un país en el que las hazañas militares son parte de la fábrica social. La anexión de Crimea generó memes instantáneos e imágenes del presidente Vladimir Putin, en la que se lo presentaba como ”la persona más gentil”, en una alusión a una descripción generalizada de los soldados rusos como gentiles. El Día de la Victoria sobre la Alemania nazi es un festejo especial para los rusos.
El local donde funcionaba una concesionaria de Lamborghini en Kutuzovsky Prospekt, una de las principales arterias de Moscú, tiene desplegado todavía un cartel del Día de la Victoria a pesar de que el salón está a oscuras. Lamborghini se fue de Rusia, junto con cientos de empresas extranjeras que partieron o suspendieron sus operaciones después de la incursión en Ucrania.
Negocios vacíos, a oscuras, en los centros comerciales, en los que funcionaban restaurantes de comidas rápidas como McDonald’s y Starbucks, son los indicios más visibles del conflicto. La partida de estas firmas fue un golpe psicológico para los moscovitas, que se habían acostumbrado a las bondades de una cultura consumista.
“Al principio, nos decepcionamos mucho”, admitió Yegor Driganov. “Pero surgieron otros negocios en su lugar”.
Los locales donde funcionaban McDonald’s y Starbucks fueron adquiridos por empresarios rusos que en poco tiempo abrieron copias casi exactas.
“Todo sigue igual”, dijo la compañera de Driganov, Polina Polishchuk, al comentar el estado de ánimo de la gente.
Las autoridades aseguran que Rusia puede reemplazar los negocios que se fueron, pero muchos rusos expresan dudas en privado.
Un estudio del Centro Levada, la única encuestadora independiente de Rusia, indicó que el 81% de los rusos considera que el país podrá reemplazar los negocios de comida extranjeros con alternativas nacionales, mientras que solo el 41% estima que las fábricas locales podrán sustituir los artículos electrónicos extranjeros y apenas un tercio cree que la producción nacional de autos puede compensar la suspensión de las importaciones.
Las sanciones impiden la llegada de repuestos para automóviles. Estadísticas del gobierno dicen que la producción de vehículos en mayo cayó un 97% respecto del mismo mes en el 2021. Putin admitió hace poco que los astilleros también sienten la falta de partes.
El pánico que se sintió en Rusia al anunciarse las sanciones de Occidente y tras la partida de firmas extranjeras cedió un poco. El rublo, que perdió la mitad de su valor respecto del dólar luego de las sanciones, no solo se recuperó sino que está hoy más fuerte que en mucho tiempo. Si bien eso es bueno para el orgullo nacional, es una pesada carga para los sectores que dependen de las exportaciones, cuyos productos son ahora más caros.
Y las perspectivas económicas de Rusia no son demasiado claras en medio de estadísticas cruzadas. Hay poco desempleo, contrariamente a lo que muchos pronosticaron. Pero el PBI bajó un 4% en el segundo trimestre del año y se prevé que caerá un 8% en el año. Se calcula asimismo que la inflación será de un 15%.
“Es obvio que las cosas no serán como antes”, declaró la directora del banco central ruso Elvira Nabiullina durante un Foro Económico Internacional llevado a cabo en San Petersburgo. “Las condiciones externas han cambiado por mucho tiempo, si no para siempre”.
Por más de que vislumbren trastornos económicos, la gente no muestra ansiedad alguna.
Mijáil Sujorukov, vendedor de souvenirs en Izmailovsky, resta importancia a los pronósticos agoreros, a pesar de que ya no puede contar con los turistas extranjeros, que eran pilares de su negocio. “Son ciclos, como las olas”, expresó. Dijo que prefería ser optimista a “irme al cementerio”.
“En Moscú se hace una vida normal porque la gente trata de conservar un sentido de normalidad y una relativa tranquilidad psicológica”, comentó Nikolai Petrov, del Programa de Rusia y Eurasia de la Chatham House. “Rusia avanza a paso firme por un camino sin salida y la gente prefiere no pensar en eso y vivir su vida”.
Petrov señaló también que los moscovitas están bajo “los efectos del verano (boreal), que hacen que la gente no mire lo que pasa en el mundo y cree su propia realidad, enfocada en su familia, las vacaciones y todo eso”.
Privados de visitar sitios en el exterior, los rusos exploran destinos nacionales exóticos, como la isla Sajalín, a 6.300 kilómetros (3.900 millas) de Moscú, donde el turismo aumentó un 25%, según se informó. También hay mucho interés en las playas de Kaliningrado, sobre el mar Báltico.
Por más de que en la calle se hable muy poco de lo que sucede en Ucrania, abundan las noticias en la radio y la televisión. El principal programa noticioso de la televisión estatal, Vesti Nedeli, le dedicó casi una hora hace poco a la operación militar, con reportajes en los que se presenta a las fuerzas rusas como muy efectivas, con las armas más modernas.
Aproximadamente el 60% de los rusos dependen de la televisión estatal para informarse. Muchos, no obstante, la consideran poco confiable. Un estudio de Levada de este mes indicó que el 65% de los rusos no cree nada o parte de lo que ve en los medios estatales acerca de Ucrania.
“Hay muchas fuentes” alternativas a la televisión estatal, comentó Driganov, reposando junto al río.
Para acceder a muchas de esas fuentes, sin embargo, hay que tener VPN, o redes virtuales privadas. El gobierno prohibió o bloqueó muchos medios noticiosos extranjeros, hostiga a los nacionales, forzándolos a menudo a cerrar, y prohibió el uso de Facebook y Twitter.
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Dasha Litvinova colaboró desde Tallin (Estonia).