WHANGANUI, Nueva Zelanda (AP) — Hace cinco años, el río Whanganui fue reconocido como una persona por las leyes de Nueva Zelanda. Para muchos que viven en sus riberas, ese fue reconocimiento a la profunda conexión espiritual entre los lugareños y el río. Sus aguas los llaman, ya sea para pescar, recorrerlo en sus canoas o para refrescar sus vidas.
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Ngahuia Twomey-Waitai, de 28 años, se mete en el río y se moja la cabeza, con un gesto parecido al de los bautismos. Dice que el río es parte de su vida desde que nació.
“Vengo seguido para limpiarme, especialmente cuando estoy en medio de algo grande, de cambios profundos en mi vida, sin importar si son para bien o para mal”, expresó la joven. “El río siempre hace que todo sea mejor”.
“El río me provoca una gran sonrisa, me trae paz”.
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Glenn Martin pasó su infancia en la pequeña aldea de Piriaka y todavía vive allí. Tiene un negocio llamado Blazing Paddles, que alquila canoas a los turistas.
El río es navegable para la mayoría de las personas, de categoría uno o dos en este tramo. Los clientes de Martin hacen paddle río abajo y generalmente acampan o se alojan en chozas de una a cinco noches, hasta que él remolca sus canoas de regreso al punto de partida.
“El río te transporta a otro sitio”, dice Martin. “Te relaja. Te calma. Te revitaliza”.
A Martin, de 65 años, le encantan todas las actividades que ofrece el río, sobre todo la pesca de truchas, y le complace que haya sido declarado una persona.
“La gente se siente muy orgullosa y lo cuida más. Ahora genera más respeto”, manifestó.
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Palomas colipavas acompañan a la tía Sugar cuando camina por la ribera del río en la aldea de Koriniti.
“Nos dicen ‘las ratas del río’”, comenta esta mujer de 73 años, cuyo nombre real es Jula Teki pero todos conocen como la tía Sugar. “Somos la gente del río. Cuando el río fluye normalmente, todo está bien”.
“Cuando se desborda y hay inundaciones, nos agazapamos y esperamos. Sabemos cómo va a reaccionar. Seguramente se cerrará la carretera, pero eso no es nada para nosotros”.
Sostiene que las luchas por el poder y las granjas de la zona cambiaron todo, pero que los antepasados se sentirían orgullosos de que el río haya sido declarado una persona.
“Se sentirían asombrados si estuviesen vivos”, comentó. “Dirían, ’lograron lo que nosotros no pudimos conseguir”.
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Geoff Hipango dice que va a tomar tiempo --tal vez una generación, si no más-- devolverle su salud al río, pero que se avanza en la dirección indicada.
Hipango, de 55 años, se crió en el “marae” (complejo de viviendas) de Te Ao Hou, en la ribera del río. Dirige un centro de salud para adictos y personas con trastornos mentales.
Dice que el cambio de status del río beneficia no solo a las tribus sino a todos los pobladores de la zona.
Afirma que fue un privilegio ver que el río era declarado una persona como consecuencia de los esfuerzos de sus mayores, que jamás renunciaron a sus creencias.
“Es una manifestación de lo que siempre pensó nuestra gente”, expresó.
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La cobertura de temas religiosos de la Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración de la AP con The Conversation US, con financiación del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable del contenido.