BUENOS AIRES (AP) — Todas las tardes de lunes a sábado un grupo de mujeres desempleadas pone sus mantas en una plaza a la vera de una carretera en Buenos Aires. Acomodan prolijamente desde ropa y calzado hasta juguetes y utensilios de cocina usados. El propósito es intercambiarlos por alimentos para ellas y sus hijos.
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La feria de trueque en Villa Fiorito, una barriada pobre al sur de la capital argentina mundialmente célebre porque allí nació el astro de fútbol Diego Maradona, se ha convertido en un medio de subsistencia para casi un centenar de mujeres sin ingresos fijos que no tienen otra manera de afrontar el aumento del costo de vida que se ha disparado en el último año en Argentina.
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El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) reportó el jueves que la inflación de julio fue de 7,4%, la tasa mensual más alta en más de dos décadas. En tanto que la tasa interanual escaló a 71%, lo que sitúa a Argentina como uno de los países con mayor inflación en el mundo.
Los analistas proyectan para 2022 un alza de precios superior al 90% y no se descarta que llegue a los tres dígitos si el gobierno de Alberto Fernández no acierta con las medidas tras el cambio en el Ministerio de Economía.
“Conozco el problema, no me desentiendo; lucho todos los días para ver cómo encontrarle una salida a un problema que se ha desatado en el mundo y no es sólo argentino”, expresó el mandatario peronista durante un acto oficial poco antes de conocerse el índice oficial de inflación.
La suba de precios -particularmente en los alimentos- está agudizando la pobreza que ya afecta a cerca de 40% de la población, de unos 47 millones de habitantes.
Soledad Bustos, de 31 años, aprovecha que dos de sus hijos están en la escuela y el más pequeño al cuidado de una hermana para instalarse en la feria de Villa Fiorito todas las tardes. Ofrece jeans, botas de cuero, zapatillas y camisas usadas que sacó de su guardarropas o compró por Facebook. A cambio pide cajas de leche en polvo que le resultan inaccesibles.
“No llego a fin de mes, no alcanza la plata”, se lamentó Bustos que quedó sola a cargo de sus hijos. No tiene trabajo y la ayuda social que cobra por desempleo de unos 36.000 pesos al mes (255 dólares) no es suficiente para cubrir el costo de la canasta básica de alimentos, equivalente a unos 330 dólares.
“No puedo sobrevivir con el plan (social). Además de comida tengo que comprarles las cosas para el colegio de los chicos y los remedios. Sí o sí tengo que venir acá para llevar algo más”, detalló Bustos.
Este tipo de transacciones informales surgieron en Argentina durante la crisis económica de principios de la década del 2000 pero reaparecieron en las barriadas pobres en los últimos años en coincidencia con una inflación anual que no baja de los dos dígitos.
Mientras sus hijos se entretienen en los juegos de la plaza, las feriantes más antiguas tiran las mantas a los costados de los senderos principales. Si bien predominan las prendas de vestir, también se ofrecen juguetes y electrodomésticos usados.
“Esto es vivir el día a día”, afirmó María Inés Pereyra, de 48 años y coordinadora de la feria de Villa Fiorito. “Lo que se obtiene hoy se lleva directamente a la mesa para comer”.
Por seguridad sólo las mujeres pueden participar del trueque. La mayoría de los intercambios se negocian previamente por Facebook o WhatsApp.
No hay un valor predeterminado por las mercaderías usadas, aunque Pereyra fijó un tope equivalente a 300 pesos (dos dólares) por cada prenda de vestir.
A modo de ejemplo, la mujer señaló un par de zapatillas de cuero que exhibe en su puesto y por el que pide “un azúcar, una yerba, aceite y un paquete de harina”.
El gobierno atribuyó la aceleración de la inflación en julio “a una corrida cambiaria muy fuerte y con movimientos especuladores que trataron de generar crisis de incertidumbre y provocar una devaluación”, manifestó el jueves la portavoz presidencial Gabriela Cerruti antes de conocerse el dato oficial.
En julio el presidente Fernández cambió tres ministros de Economía en un mes. La desconfianza de los mercados sobre el rumbo de la economía argentina empujó al dólar a una cotización histórica por encima de los 350 pesos por unidad en el segmento informal.
Como rige un cepo a la compra de divisas, el mercado paralelo es el refugio de los ahorristas que buscan conservar sus activos y evitar la devaluación del peso. La brecha entre la tasa de cambio oficial y la paralela supera el 100% y alimenta la suba de precios en toda la economía.
Según el INDEC, el rubro alimentos y bebidas no alcohólicas (6%) fue el de mayor incidencia en todas las regiones del país. La leche, los huevos, el azúcar, el aceite y las frutas y verduras registraron las mayores subas de precios.
“Cuando se juega con los movimientos especulativos, cuando se juega a generar incertidumbre política, cuando se juega a generar incertidumbre con el dólar, se está jugando con la mesa de los argentinos”, apuntó Cerruti.
Los economistas y el propio gobierno proyectan una inflación parecida para agosto por el impacto de la suba del boleto de transporte público y las tarifas de gas y luz, que quedaron rezagados con respecto de la inflación y reciben millonarios subsidios el Estado, que cada vez tiene menos reservas internacionales.
Hasta el momento el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, no ha anunciado medidas concretas para controlar la inflación. El presidente Fernández adelantó el martes que se convocará a empresarios y sindicatos para “alinear precios y salarios por los próximos 60 días”, una receta que no dio resultados en el pasado.
Alejadas de los vaivenes de la política, en la feria de Villa Fiorito a Bustos y sus compañeras sólo les preocupa sobrevivir.