El veto anunciado esta semana a la participación de mujeres transgénero en competiciones internacionales de natación y rugby abrió la puerta para que el atletismo haga lo propio y para provocar una ola de cambios en las políticas del deporte olímpico.
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El anuncio hecho el domingo por la FINA, el órgano rector de la natación, desató muy pronto muestras de apoyo del presidente de World Athletics, Sebastian Coe.
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Coe, quien estaba en Hungría para el Mundial de natación, dijo que la decisión de la FINA era la mejor para los intereses de la natación. Anunció que la propia World Athletics, organización supervisora del atletismo, revisaría sus políticas sobre deportistas transgénero e intersexuales hacia el final del año.
“Si alguna vez se nos arrincona al punto en que tengamos que decidir entre la justicia y la inclusión, yo siempre me inclinaré del lado de la justicia”, dijo Coe.
Los expertos consideraron ello como un indicio de que los dirigentes de World Athletics podrían usar el precedente de la FINA para bloquear la participación de todas las deportistas transgénero e intersexuales en las competencias de mujeres. El término de intersexual se refiere a una terminología clínica que define diferencias en el desarrollo sexual.
La nueva política de la FINA prohíbe la participación de cualquier mujer transgénero en las competiciones de elite, si es que la deportista no comenzó su tratamiento médico para suprimir la producción de testosterona antes de la pubertad o alrededor de los 12 años, lo que ocurra después.
USA Swimming, la federación de este deporte en Estados Unidos, implementó su propia política a comienzos de este año, con la idea de que sería equiparada después con la de la FINA. Pero esta semana advirtió que necesitará tiempo para determinar cómo la política de la FINA afecta su propia disposición.
En caso de que el atletismo adopte una regla similar a la establecida por la FINA, Caster Semenya, una deportista sudafricana con diferencias en su desarrollo sexual, seguiría fuera de las carreras en su especialidad de los 800 metros.
Quedaría también marginada la namibia Christine Mboma, medallista de plata en los 200 metros, quien es una atleta con diferencias en el desarrollo sexual y competiría por el título en el Mundial del mes próximo en Oregon. Actualmente, las reglas de World Athletics que rigen sobre esos atletas no se aplican a la carrera de 200 metros.
“Para finales de este año, creo que (World Athletics) habrá anunciado una política muy similar a la de la natación”, dijo Ross Tucker, consultor de ciencia e investigación de World Rugby. “Y ellos dirán que, si una persona ha pasado por la pubertad masculina y ha obtenido las ventajas asociadas con la testosterona, no puede competir en el deporte de mujeres”.
La Liga Internacional de Rugby prohibió también a las mujeres transgénero en los encuentros femeninos en tanto no se realicen más estudios que permitan a los reguladores deportivos plantear una política cohesiva de inclusión.
Y la Unión Ciclista Internacional actualizó la semana pasada sus reglas sobre qué deportistas transgénero son elegibles. Amplió el periodo durante el que los deportistas transgénero en los equipos femeninos deben reducir su nivel de testosterona a dos años en vez de uno.
En el fútbol, la FIFA ha indicado que “revisa actualmente sus regulaciones sobre elegibilidad de género, mediante consultas con expertos”.
Cada deporte está definiendo postura en forma individual. El marco del Comité Olímpico Internacional, presentado en noviembre y que entró en vigor en marzo, colocó a cada deporte a cargo de sus propias reglas sobre los índices de testosterona.
Ese marco reemplazó una política del COI que había permitido a las mujeres transgénero competir en los Juegos Olímpicos con otras mujeres si es que se habían sometido a terapia de reemplazo hormonal al menos durante 12 meses.
El nuevo parámetro, no vinculante, recomienda que los niveles de testosterona no determinen si alguien es elegible para competir, una postura que World Athletics no ha adoptado.
Tucker dijo que esperaba tal vez que las “cuatro o cinco grandes” federaciones deportivas internacionales siguieran los pasos de la FINA, pero no todas —en parte porque muchas organizaciones son más pequeñas y carecen de los equipos de científicos y abogados para realizar la investigación que requieren políticas más detalladas.
La FINA había asignado a tres grupos para trabajar en su política: Deportistas, científicos/médicos y abogados/expertos en derechos humanos.
Las decisiones de la FINA y otras organizaciones serían apeladas en la corte o en el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS). Ello significa que las federaciones que adopten una regla necesitarán estudios científicos y fundamentos legales para mantenerla en pie.
“Lo que hizo la natación no fue fácil, y ciertamente tampoco fue barato”, dijo Tucker.
Coe dijo que la FINA “gastó 1.000.000 en honorarios legales”.
“No somos la FIFA, y tampoco estamos en la pobreza, pero hay otros deportes que genuinamente temen que, si siguen este camino, se pondrán en bancarrota al tratar de defenderlo”.
Los competidores en el Mundial de Natación que se realiza en Hungría evitaron abundar esta semana sobre la nueva política transgénero.
“Pienso que la pregunta es: 'Si eres una mujer y compites con alguien más, ¿cómo te sentirías con esto? Esto se trata de la equidad en el deporte”, dijo la australiana Moesha Johnson, quien finalizó cuarta en los 1.500 metros.
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Los periodistas de la AP, Ciaran Fahey y Graham Dunbar, contribuyeron con este despacho.